El discurso de Messie Gurdjieff ,(filósofo), fragmentos de una enseñanza desconocida

«Para comprender la diferencia entre los estados de conciencia, es preciso que volvamos al primero, que es el sueño. Es éste un estado de conciencia totalmente subjetivo. El hombre queda sumido en sus sueños, y poco importa que conserve o no su recuerdo. Aun en el caso de que algunas impresiones reales lleguen hasta el durmiente, tales como sonidos, voces, calor, frío y sensaciones de su propio cuerpo, sólo provocan en él imágenes fantásticas. Después el hombre se despierta. A primera vista, es un estado de conciencia completamente distinto. Puede moverse, hablar con otras personas, hacer proyectos, ver los peligros, evitarlos, y así sucesivamente. Parece razonable pensar que se encuentra en una situación mejor que cuando estaba dormido. Pero, si calamos un poco más hondo, si arrojamos una mirada a su mundo interior, a sus pensamientos, a las causas de sus acciones, comprenderemos que se halla casi en el mismo estado de cuando dormía. Incluso peor, porque, durante el sueño, permanece pasivo, lo que equivale a decir que no puede hacer nada. Por el contrario, en el estado de vigilia puede actuar continuamente, y el resultado de sus acciones repercutirá sobre él y sobre los que le rodean. Sin embargo, no se acuerda de sí mismo. Es una máquina, todo le viene de fuera. No puede detener la corriente de sus ideas, no puede dominar su imaginación, sus emociones, su atención. Vive en el mundo subjetivo del "yo amo", "yo no amo", "esto me gusta", "esto me disgusta", "deseo" "no deseo", es decir, en un mundo hecho de lo que cree amar o no amar, desear o no desear. No ve el mundo real. Se lo oculta el muro de su imaginación. Vive en el sueño. Duerme. Y lo que llama su "conciencia lúcida" no es más que sueño... y un sueño mucho más peligroso que el de la noche, en su lecho.

»Consideremos algunos acontecimientos de la vida de la Humanidad. Por ejemplo, la guerra. En este momento hay guerra. ¿Qué quiere decir esto? Significa que muchos millones de durmientes se esfuerzan en destruir a muchos millones de durmientes. Cosa que no harían, naturalmente, si despertaran. Todo lo que ocurre actualmente es debido a aquel sueño.
«Estos dos estados de conciencia, sueño y vigilia, son igualmente subjetivos. Sólo empezando a acordarse de sí mismo puede el hombre realmente despertar. Entonces, toda la vida toma a su alrededor un sentido diferente. La ve como una vida de gente dormida, una vida de sueño. Todo lo que dice la gente, todo lo que hace, lo dice y lo hace en sueños. Nada de ello puede tener, pues, el menor valor. Sólo el despertar y lo que conduce al despertar tiene un valor real.»
«¿Cuántas veces me habéis preguntado si sería posible evitar las guerras? Ciertamente, sería posible. Bastaría con que la gente despertase. Esto parece ser muy poca cosa. Por el contrario, nada hay más difícil, puesto que el sueño es provocado y mantenido por toda la vida ambiente, por todas las condiciones del ambiente. »¿Cómo despertar? ¿Cómo librarnos de aquel sueño? Estas preguntas son las más importantes, las más vitales que puede formularse un hombre. Pero, antes de hacérselas, deberá convencerse del hecho mismo de su sueño. Y no le será posible convencerse más que tratando de despertarse. Cuando haya comprendido que no se acuerda de sí mismo y que el recuerdo de sí mismo significa un despertar hasta cierto punto, y cuando haya visto por experiencia lo difícil que es acordarse de sí mismo, comprenderá que el deseo de despertar no basta para lograrlo. Hablando con mayor rigor, diremos que un hombre no puede despertarse por sí mismo. Pero, si veinte hombres convienen en que el primero de ellos que lo haga despertará a los demás, tienen ya una posibilidad de conseguirlo. Sin embargo, incluso esto es insuficiente, porque los veinte hombres pueden dormirse al mismo tiempo y soñar que se despiertan. Por consiguiente, no basta. Se necesita más. Los veinte hombres deben estar vigilados por otro hombre que no esté dormido o que no se duerma tan fácilmente como los demás, o que se duerma conscientemente cuando sea posible, cuando no pueda resultar de ello ningún mal para él ni para los otros. Deben encontrar a este hombre y con¬tratarle para que les despierte e impida que vuelvan a caer en el sueño. Sin esto, es imposible despertar.
»Es posible pensar durante un millar de años, es posible escribir bibliotecas enteras, inventar millones de teorías, y todo esto en pleno sueño, sin ninguna posibilidad de despertar. Por el contrario, estas teorías y estos libros escritos o fabricados por los durmientes, tendrán por único efecto arrastrar al sueño a otros hombres, y así sucesivamente.
»No hay nada nuevo en la idea de sueño. Casi desde la creación del mundo, se ha dicho a los hombres que estaban dormidos y que debían despertar. Cuántas veces por ejemplo, leemos en el Evangelio: "Despertaos", "velad", "no os durmáis". Incluso los discípulos de Cristo dormían en el huerto de Getsemaní, mientras su Maestro oraba por última vez. Con esto queda dicho todo. Pero, ¿lo comprenden los hombres? Lo toman por una figura retórica, por una metáfora. No ven en absoluto que hay que tomarlo al pie de la letra. Y aun en esto es fácil comprender la razón. Tendrían que despertar un poco, o al menos intentarlo. Hablo en serio cuando digo que a menudo me han preguntado por qué los Evangelios no hablan jamás del sueño... Y éste se cita en todas sus páginas. Lo cual demuestra sencilla¬mente que la gente lee el Evangelio durmiendo.»
«En términos generales, ¿qué hace falta para despertar a un hombre dormido? Se precisa una buena impresión. Pero, cuando el sueño es profundo, una sola impresión no es bastante. Se requiere un largo período de impresiones incesantes. Por consiguiente, se necesita alguien que las produzca. Ya he dicho que el hombre deseoso de despertar debe contratar a un ayudante que se encargue de sacudirle durante largo tiempo. Pero, ¿a quién puede contratar, si todo el mundo duerme? Toma a alguien para que le despierte, y éste a su vez se queda dormido. ¿Cuál puede ser su utilidad? En cuanto al hombre capaz de mantenerse realmente despierto, probablemente se negará a perder su tiempo despertando a los otros: puede tener otros trabajos mucho más importantes para él.
«También existe la posibilidad de despertarse por medios mecánicos. Se puede emplear un despertador.
Lo malo es que uno se acostumbra pronto a los despertadores, de varios sonidos. El hombre debe rodearse materialmente de despertadores que le impidan dormir. Y todavía en esto existen dificultades. El despertador debe ser montado; para ello es indispensable acordarse de él; para acordarse de él, es preciso despertar. Pero he aquí lo peor: el hombre se acostumbra a todos los despertadores, y, al cabo de algún tiempo, aún duerme con ellos. Por consiguiente, hay que cambiar continuamente los despertadores, inventar otros nuevos. Con el tiempo, esto puede ayudar al hombre a despertar. Ahora bien, existen muy pocas probabilidades de que realice todo este trabajo de inventar, de montar y de cambiar to¬dos los despertadores por sí mismo, sin ayuda exterior. Es mucho más probable que, comenzado su trabajo, no tarde en dormirse, y que, en su sueño, sueñe que inventa despertadores, que los monta y que los cambia... y, como ya he dicho, con ello dormirá aún mejor.
»Luego, para despertar, se requiere todo un con¬junto de esfuerzos. Es indispensable que haya alguien que despierte al durmiente; es indispensable que haya alguien que vigile al encargado de despertarle; tiene que haber despertadores, y hay que inventar constantemente otros nuevos.
»Pero, para llevar a buen término esta empresa y obtener resultados de ella, varias personas deben trabajar juntas.
»Un hombre solo, nada puede hacer.
»Antes que nada, tiene necesidad de ayuda. Un hombre solo no puede tener un ayudante. Los que son capaces de ayudar valoran su tiempo a muy alto precio. Naturalmente, prefieren ayudar a veinte o treinta personas deseosas de despertar, que a una sola. Además, como ya he dicho, el hombre puede muy bien equivocarse sobre su despertador, tomar por vigilia lo que no es más que un nuevo sueño. Si varias personas deciden luchar juntas contra el sueño, se despertarán mutuamente. A menudo ocurrirá que veinte de ellas dormirán y el  hombre inventará un despertador, otro hombre inventará otro, después de lo cual podrán hacer un intercambio. Todos juntos pueden prestarse una gran ayuda, y, sin esta ayuda mutua, ninguno de ellos puede lograr nada.
»Así, pues, el hombre que quiere despertar debe buscar otras personas que quieran lo mismo, con el fin de trabajar junto a ellas. Pero esto cuesta menos de decir que de hacer, porque la puesta en marcha de tal labor y su organización requieren un conocimiento que el hombre corriente no posee. Tiene que organizarse el trabajo, y tiene que haber un jefe. Sin estas condiciones, el trabajo no puede dar los resultados apetecidos, y todos los esfuerzos serán en vano. La gente podrá torturarse; pero estas torturas no la despertarán. Nada parece más difícil de comprender por ciertas personas. Pueden ser capaces de grandes esfuerzos por sí mismas y por propia iniciativa, pero nada es capaz de persuadirlas de que sus primeros sacrificios deben consistir en obedecer a otra persona.
»No quieren reconocer que todos sus sacrificios, en este caso, no sirven para nada.
»El trabajo debe ser organizado. Y sólo puede serlo por un hombre que conozca sus problemas y sus fines, que conozca sus métodos, por haber pasado él mismo, en su tiempo, por tal trabajo organizado.»

Estos párrafos de Gurdjieff han sido transcritos en la obra de P. D. Ouspensky, Fragments d'un Enseignement Inconnu, Éd. Stock, París, 1950.

Sobre Messie Gurdjieff

Creo que hay en el mundo de hoy un número bastante grande de hombres y de mujeres que persiguen un problema al cual la ciencia, las filosofías, las iglesias, las políticas no pueden res­ponder acabadamente. Lo persiguen, la mayoría de las veces, como a pesar de sí mismos, a despecho de los esfuerzos que despliegan para olvidar su urgencia en las distracciones de las pasiones amo­rosas, de la acción, del alcohol, del poderío social, del dinero, del estetismo, etc. Yo no sabría expresar este problema en la totalidad de sus as­pectos, más, a mi parecer, enfoca los siguientes puntos: "¿Existo realmente? ¿Acaso el hombre no es sino el lugar de un perpetuo desfile de sentimientos, de humores, de deseos, de ideas, de recuerdos, todo ello agitado de acuerdo con movimientos casi mecá­nicos? ¿No existe tras mi yo ilusorio un yo situado fuera de ese lugar de paso, un yo verdaderamente libre? Todo lo que yo creo hacer, en realidad me sucede. Me sucede exactamente como "llue­ve" o como "hiela". Yo pienso, leo, escribo, amo, odio, pertenezco a tal partido, a tal Iglesia, me lanzo en tal acción, en tal com­bate, en tal investigación pero, en realidad, todo esto me sucede; soy tirado por múltiples cordeles. ¿No habrá en lo profundo del hombre un lugar en el que Yo decida, donde Yo domine, donde Yo contemple en una total independencia, una total libertad? Sin embargo, se me hacen mil signos. Siento, adivino que mi destino, que mis aventuras, mis actos, mis ensueños encienden, de tiempo en tiempo, en la noche, signos que yo no comprendo y que, sin embargome están destinados con toda evidencia. Los comprendería si tuviera otros ojos detrás de mis ojos comunes, si tuviera un gran Yo tras mi pequeño yo esclavo y ciego. Estos signos me dirían claramente de qué manera estoy adecuado a los grandes corrien­tes de fuerza del universo y qué papel exacto estoy llamado a re­presentar en esta vida. ¿No habría un medio de comprender estos signos? ¿No existiría un punto para hallar en mí mismo, un punto desde el cual todo lo que me sucede sería explicado y explicado inmediatamente, ya se trate del mundo material o del mundo mo­ral, un punto desde el cual todo lo que yo veo, sé y siento sería descifrado instantáneamente, ya se trate del movimiento de los astros, de la disposición de los pétalos de esta flor, de los dramas de la civilización a la que pertenezco o de los movimientos más espontáneos de mi corazón? "Todo el universo, como escribe Ro­bert Kanters, es como un inmenso telegrama cifrado que hasta en sus menores detalles habla al hombre de su naturaleza y de su destino y que le es preciso descifrar si quiere llegar al co­nocimiento, a la sabiduría, a la salud." ¿No podría ser satis­fecha, un día, esta inmensa y loca ambición de saber que llevo a despecho de mí mismo a través de todas las aventuras de mi vida? ¿No habrá en el hombre, en mí mismo, por ejemplo, un camino que conduce al conocimiento de todas las leyes del mundo y a un lugar donde mi propia existencia se confunde con la fuerza que asegura la existencia de todo el universo? ¿No reposará en el fondo de mí, recubierta por negligencias varias veces centenarias, la clave del conocimiento total y de la eternidad? Todos los signos que puedo distinguir vagamente sin interpretarlos con cla­ridad, me invitan a creer que un inmenso cuadro de correlaciones juega en mí y en torno a mí. Estas correlaciones podrían librar quizás la clave del mundo. Todo lo que me ocurre, todo lo que pasa a mi alrededor, no es sino una serie de imágenes simbólicas de lo que ocurre realmente, de lo que sucede realmente. ¿No habrá detrás de mi pequeño yo un gran Yo que posee la clave de estos símbolos, la adivinación y la explicación de todas las correla­ciones? Se diría que estos signos se me hacen para que yo tenga, a veces, en el corazón de mi noche y de mis sueños interiores, la fulgurante certeza. Hoy estos signos caen en lluvia más y más densa sobre nosotros para invitarnos a sentir cada vez con mayor fuerza que el hombre dispone de otras antenas y de otros poderes que los que testimonian nuestra ciencia, nuestro lenguaje, nues­tras religiones, nuestras filosofías, nuestras morales, nuestras po­líticas: de otras antenas, de otros poderes que aquellos sobre los que fundamos todos los actos de nuestra vida en esta tierra. El manejo consciente del cuadro de las correlaciones, el desarrollo y la utilización consciente de estos poderes, de estas antenas, el paso a un distinto estado del ser desde el cual la vida y la muerte dejan de ser percibidas contradictoriamente, desde el cual los actos y los pensamientos, los más humildes y los más nobles, se hallan ordenados de una manera absoluta de acuerdo con las leyes de la energía universal, todo ello quizás sea posible; puede ver tal vez que los hombres hayan dispuesto en otros tiempos de medios para lograrlo. Puede ser también que permanezca en nosotros el re­cuerdo de esa posesión. El recuerdo, la nostalgia de una Revelación, de una Tradición primordial, cuyos rastros se han enturbiado, pero que subsisten acá y acullá, vagamente, en las creencias y costum­bres de los pueblos "primitivos", en ciertos monasterios, en las cos­tumbres antiguas, en los libros mágicos llegados hasta nosotros, en nuestra poesía más viviente1 y en nuestra extraordinaria sensibilidad hacia los signos.

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