Estrategias De Pensamiento Para Jovenes Mas Felices Y Exitosos
El primero de los ideales de la democracia es la dignidad y valor de cada ciudadano. El gobierno del pueblo por el pueblo, no puede supervivir sin que los pueblos tengan educación y responsabilidad individual.
La democracia verdadera debe estar dedicada a la educación. Otras formas de gobierno hacen de la educación una herramienta que pone a los individuos al servicio del gobierno, pero la democracia educa para la participación en el gobierno.
Pero, ¿cual debe ser el objeto de la educación? Una cita de Samuel Johnson dice: integridad sin conocimiento es débil e inútil. Conocimiento sin integridad es peligroso y temible. Muchas veces cuando es analizada la educación como propósito, como un fin en sí misma, debemos preguntarnos cuál es el propósito de la educación, razonar introspectivamente hacia donde debe llevarnos. Ciertamente es para aumentar el conocimiento y la habilidad de las persones, además de la competencia y la comprensión, pero una buena educación debe ensanchar el buen carácter y la integridad. Cualquier cosa sin fuerza de carácter es peligrosa, incluso la educación. La instrucción o educación no reemplaza la moralidad, y al educar y orientar a la juventud se deben agregar elementos morales, éticos y espirituales para que exista fuerza de carácter y el debido equilibrio en sus vidas. Debemos recordar que el hombre puede obrar espiritualmente o no. Cuando no obra espiritualmente, dispone su conducta con referencia a sus intereses individuales o los del grupo, pero contando con todo el mundo objetivado, ampliamente extendido en el tiempo y en el espacio, eligiendo y decidiendo en vista de este panorama, cuya magnitud depende de la ilustración y la inteligencia del sujeto. Cuando el hombre obra espiritualmente, su acción también se regula según normas e intereses objetivos, pero supedita sus propios motivos personales a los de índole universal. En el primer caso el hombre se ha independizado de los mecanismos articulados del instinto y de la opresión de la circunstancia inmediata, si bien su conducta se gobierna según el provecho del individuo de su grupo.
En el segundo caso su emancipación es mucho mayor y llega al límite, pues se ha librado también de su propia realidad singular, del mandato de sus intereses concretos, de sus gustos y necesidades como individuo particular para conducirse, según normas y valores universales, como persona.
El verdadero propósito de la educación en democracia debe ser: hacer integro al hombre en cuanto a competencia, así como en cuanto a conciencia, porque si se crea el poder de competencia sin la orientación correspondiente para gobernar el uso de ese poder, se estará pervirtiendo la educación.
Por otra parte la competencia se desintegrará si no va acompañada de la conciencia. Separar el elemento ético de la educación es preparar un porvenir aterrador para una nación.
Por otra parte vivimos una cultura dinámica cuya característica es la gran movilidad de sus verdades. La estática tenía verdades halladas. La actitud en una cultura dinámica es la de seguir descubriendo siempre, aún a costa de invalidar el saber descubierto recién ayer.
Pero anteriormente los hallazgos de la cultura y el saber podían ser evaluados como estables y definitivos. Tanto así era que aun los contenidos comparativamente variables eran enseñados de modo estricto. ¡Cuántos de nosotros hemos aprendido de memoria el número de habitantes (que es mudable) de un país, o la cantidad de ganado vacuno o el monto de petróleo extraído por año!
La cultura era estacionaria o invariable, podríamos decir que tiene sentido hasta el siglo pasado. En nuestros días, diez años equivalen a un siglo de otros tiempos. ¿De qué podría servir, sino obstaculizar, el aprender de memoria una enorme cantidad de datos que se modifican a diario y que por otra parte se consiguen en cualquier guía o libro de consulta?
Si el hombre es pensado como conducta, como actividad inteligente y no como depósito, es mucho más importante que posea la capacidad o habilidad para descubrir o saber hallar los datos que necesita. Que pueda realizar una evaluación básica de la realidad, que esgrima los principios y no los detalles versátiles, que sea capaz de crearse un cuadro o esquema interpretador de cualquier realidad que enfrente, que tenga capacidad para comprender la realidad y no solamente repetir lo que otros dicen, que esté capacitado, en suma, para su propia y permanente actualización. (Dewey distinguió entre educación como reproducción y como nutrición. Sobre esta última debe poner el centro la educación de nuestros tiempos)
En épocas de cultura más estática y con escasez de libros estos tenían un valor casi venerable. El profesor era generalmente profesor lector de un libro. (El término “lección” que proviene de “lectura” nos está diciendo algo al respecto). En nuestro tiempo no se da ni la estaticidad ni la insuficiencia de libros. Siendo la situación distinta, un concepto diferente de educación tiende a imponerse.
Como el libro era escaso, era natural que muchos que no lo podían poseer, lo tuvieran de otro modo: lo supieran de memoria (así habitualmente eran citados los textos arcaicos o la Biblia)
¿Cómo podría hoy aprenderse de memoria información que declina en menos tiempo que dura un ciclo de estudios?
Hoy importa más la capacidad para seguir aprendiendo y para actualizar lo aprendido (y hasta para olvidar lo innecesariamente endurecido en la memoria). Aunque en las citas siguientes Whitehead se refiere más a la educación universitaria, está con todo describiendo las exigencias de la educación en general en una sociedad contemporánea: “La instrucción verdaderamente útil proporciona comprensión de unos pocos principios generales que se apoyan de manera firme en su aplicación a una variedad de detalles concretos. En la práctica subsiguiente, los hombres habrán olvidado nuestros detalles particulares, pero recordarán, por un sentido común inconsciente, cómo aplicar los principios a las circunstancias inmediatas. El aprendizaje es inútil hasta que se hayan perdido los libros de texto, quemado las notas tomadas y olvidado las minucias que se aprendieron de memoria para los exámenes. Aquello que, en calidad de detalles, se necesite continuamente, permanecerá fijo en la memoria como hecho evidente, como el sol y la luna; y lo que sólo casualmente se necesite, se podrá buscarlo en cualquier obra de consulta. La función de la Universidad es capacitar al alumno para deshacerse de los detalles en beneficio de los principios. Cuando hablo de principios, no me refiero siquiera a formulaciones verbales. Un principio del que estamos totalmente empapados es más un hábito mental que una afirmación formal. Se convierte en la manera en que reacciona la mente al estímulo apropiado en forma de circunstancias ilustrativas. Nadie da rodeos si tiene presentes sus conocimientos en forma clara y consciente. La cultura mental no es más que la manera satisfactoria en que debe funcionar la mente cuando su actividad es estimulada. A menudo se habla del aprendizaje como si estuviéramos vigilando las páginas abiertas de todos los libros que hemos leído, y entonces, cuando se presenta la ocasión, elegimos la página pertinente para leer en voz alta al universo”.
“Me ha impresionado mucho la parálisis del pensamiento inducida en los alumnos por la acumulación sin objeto de conocimientos precisos, inertes e inútiles. El principal propósito de un profesor universitario debe ser mostrarse en su verdadero carácter, esto es, como un hombre ignorante que piensa, que utiliza activamente esa pequeña porción de conocimientos. En cierto sentido, el conocimiento disminuye a medida que aumenta la sabiduría, puesto que los detalles son absorbidos por los principios. Los detalles de conocimiento que sean importantes, se aprenderán ad hoc en cada circunstancia de la vida, por el hábito de la utilización activa de principios bien comprendidos es la posesión final de la sabiduría”. En estas líneas de Whitehead, aunque se refiera especialmente a la educación universitaria, quedan patentes las diferencias entre una educación para la memoria y los datos, y una educación que es actividad inteligente y búsqueda de habilidades para seguir aprendiendo y para disponer funcionalmente de la información, o concebir la nueva verdad si es necesario.
La consideración de los conocimientos como fijos determina también la escisión entre niño y adulto. Habitualmente enlazamos escolaridad y aprendizaje, con la niñez. (Esto ya lo ha observado Mannheim). Porque el adulto (o crecido) era precisamente el que no tenía que ir a la escuela, el que había recibido esa cuota básica de conocimientos, esa dosis fundamental y definitiva de verdades con las que ya podía quedarse tranquilo. Ser adulto era no tener que estudiar más. No se veía razón para seguir aprendiendo. Pero ello que era válido para una cultura estática no lo es más en nuestro tiempo. (De ahí que haya cobrado tanta importancia la denominada Educación Continua)
En la concepción tradicional, el fin era sólo conocido por el educador. El alumno no tenía idea de hacia dónde se dirigía, ni de lo que le iría a enseñar mañana ni para qué le enseñaban lo que le estaban enseñando hoy. Si a algún alumno se le ocurría preguntar: ¿para qué estudio esto?, se le respondía tranquilamente que por ahora lo aprendiera y que más adelante iba a saber por qué. Con lo que claramente se estaba señalando la escisión entre fin y medios. El fin era externo a la actividad escolar.
Dentro de la concepción moderna, el fin es interno, inmanente a la actividad escolar. El alumno debe comprender el sentido y la finalidad de lo que hace, en el momento que lo hace.
Educación significa, ante todo, el sistema de acciones regladas que permite la “humanización” y “socialización” del individuo dentro de un grupo social, adquiriendo información sobre el mundo y hábitos de convivencia y de autocontrol, de modo que pueda proponerse fines personales y modos de lograrlos. Supone, por lo mismo, un proceso de formación personal y autorrealización.
Esta es nuestra tarea en la democracia, que debe desde hoy ser nuestra responsabilidad.
Nelson Astegher
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