DEBES SABER QUEDARTE EN REPOSO Y EN QUIETUD.

Alguien nos saluda en un encuentro, se inicia un breve diálogo coloquial, y la pregunta indefectible es:¿qué estás haciendo?. Ocurre que nos cuesta responder “nada”, porque experimentamos un nivel de vergüenza.
Vivimos en una cultura del movimiento, del hacer, y se nos invita a considerar que el movimiento es el estado ideal, a partir de la confusión interna que nos provoca esta cultura impuesta por la costumbre y la moda.
Es aquí que debemos considerar seriamente que moverse no significa siempre avanzar, y agitarse no siempre es hacer. El permanecer quieto, es también una sabia actitud activa de gran importancia en la vida. Es bastante común que aceptemos el descanso pasivo impuesto por el cansancio cotidiano de nuestro cuerpo. En nuestra cultura, es común que ignoremos o despreciemos quedarnos quietos sin causas manifiestas. Eso está mal mirado en nuestra cultura occidental. Sin embargo en este punto hay un secreto interno muy valioso por contactar y conquistar. Fíjate que siempre vivimos con la mitad activa de nuestra persona, aquella que trabaja y se orienta hacia lo externo, incluyendo la actividad intelectual.
Nuestra eventual distracción, es acopiar descanso en actividades pasivas, que nos permitan luego recuperar nuestra energía y volver a lo que consideramos valioso, relativo, lo creativo, las cosas que consideramos útiles.
Nos olvidamos así de la otra mitad, aquella que voluntariamente busca vivir sin fines aparentes, esa parte que nada quiere más que percibir y percibirse sin causa ni objeto. Esto puede parecer desviado según nuestros conceptos comunes, ya que no hemos sido educados para captar y valorar ese extraño mundo de la quietud, el silencio y la ausencia de fines. Y cuando estuvimos de acuerdo, cuando aceptamos quedarnos quietos, para acercarnos al umbral de la meditación, la reflexión, y del contacto con nuestro yo interior, comprobamos que es tremendamente dificultoso de lograr. De inmediato se enciende nuestra mente, se activan nuestros pensamientos, una gran inquietud por el cuerpo, que tampoco puede adecuarse a ese intento y quedar relajado, en paz, ninguna intención dada.
Por lo general, en ese instante consideramos inútil el esfuerzo y lo abandonamos sin mucha pena. No tiene ningún sentido ni valor; por lo tanto, nos quedamos tranquilos y conformes y así perdemos la oportunidad de acceder a una experiencia liberadora: el conocimiento de la vida en sí misma.
Claro que quedarse quieto, no consiste sólo en sentarse en una silla, caminar por un prado, o aparentemente no estar haciendo nada.
Es aceptar que existe en nosotros, en primera instancia, algo más que las funciones por las que nos identificamos, es querer confirmar una realidad más profunda, inalterable, que vive en nosotros mismos.
Esta búsqueda, debemos clarificar nuestros aparentes valores, aquellos que nos enorgullecen y son nuestra razón de ser, sin menospreciar, para percibir una situación diferente.
Esta se manifiesta en una quietud que nos es extraña porque nunca la hemos conocido; podemos asociarla con la sensación que nos causa captar los infinitos espa¬cios siderales o la intuición de los espacios interiores de un átomo. Estas analogías son las que más se asemejan a la quietud a la que nos referimos.
Lo inexplicable o intransmisible y su reconocimiento sólo a través de lo que se vive son las características de ese otro mundo al que arribamos con la inmovilidad aparente. Nuestros medios habituales de conocimiento resultan inútiles para traducir el silencio y la permanencia que existen en lo profundo del ser, y más aún, para expresar el significado que asumen en el alma. Sólo como reflejo de ese espacio tan apartado puede observarse un grado de serenidad más profundo y permanente, asociado a una visión equilibrada y armónica de la vida.
Desde el centro interior alcanzado por la quietud, la perspectiva de nuestra existencia asume una amplitud desconocida y permite desenvolver posibilidades infinitas. La promesa de lo que podemos conquistar exige el esfuerzo de detenerse e invertir las energías dirigidas hacia la actividad cotidiana. Este proceso implica que pasemos por un período en el que, después de vencer la inercia, percibamos un estado de vacío y falta de sentido de la vida; es un momento muy importante porque tendemos a volver hacia el movimiento anterior, el activo. Si sabemos resistir sin desmayar ante ese aparente vacío, de a poco comenzamos a percibir un sentido particular de la existencia. De la inestabilidad e irritabilidad habituales pasamos a una consideración placentera y benévola. Se comprende, se tolera, se acepta cada vez con más facilidad. Reconocemos en los demás lo que fue nuestro y asumimos con ellos una actitud de ayuda sin llegar a forzarlos.
Paulatinamente, el ámbito interior va creciendo en "espacio" y profundidad. Así, la vida abandona lo superficial y se universaliza. En lugar de desarrollar una pers¬pectiva egoísta, como podríamos suponer, su visión se torna más expansiva e impersonal.
La quietud nos conduce a un equilibrio permanente e invariable, nos aleja del mundo habitual inundado de ilusiones y continuos cambios. Nuestro espíritu se sumerge en un mundo que no conoce, y descubre un gran asombro que ese es el verdadero, el que siempre soñó conocer. Es el mundo de la amplitud, la paz verdadera, de la armonía perfecta.
                                                                                                                                               Nelson Astegher

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