La Fiesta Final

[Nelson Astegher]

Un sol de prístinos fulgores emergió del lejano horizonte y una lluvia de cárdenos rayos recorrió el valle plagado de oro y de verde.

No hubo movimientos en el páramo desolado, arriba, el casco celeste reflejaba el alma del solitario vergel. En los alrededores, la oscuridad de los bosques latió al amanecer, con grito de pájaros.

El Dios de la luz, acarició los cerros con suspiros eternos y soberbios destellos. Las montañas y los bosques se vistieron con áureos reflejos; y el dosel de la brisa se iluminó con el canto de los tordos y los colibríes.

El gemido del viento naciente entonó una sacra melodía. El bosque de altas copas devolvía a sus durmientes. Los castores surgieron de los lagos, algún hurón fue deslumbrado por un lobo gris y un zorro colorado adoró a su pareja en el calor de la mañana.

Los osos pardos se regocijaron con la gloria de los días cálidos; a lo lejos, el bramido del mar anunció el juego de las ballenas y los delfines.

Las toninas retenían, en sus chanzas de juventud, el alba de la creación. Algunas nubes navegaron la mañana, y el abrazo del mar con el horizonte, acicaló las bienaventuranzas del alba y mediodía sobre el océano. En la distancia, las gaviotas llenaron de luz el soplo de la tierra.

Los zorros y los osos recorrieron la planicie, detrás, un cortejo de conejos y varios ciervos con sus crías, seguían el camino de las hierbas tiernas y las flores de matices encarnados.

Un pequeño oso pardo recibió un regalo de la brisa, una antigua lámina de colores, con dibujos extraños y sombras grises en sus raídas hojas. Jamás comprendería su significado, ni sus signos, ni sus grandes y antiguas letras”: El fin de la guerra atómica”.

Solo ellos lo festejarían.

Nelson Astegher