PROPUESTA DE DESARROLLO Y FUNDAMENTOS PARA EL CRECIMIENTO DE LAS DEMOCRACIAS EN LATINOAMÉRICA.

 (Sobre la base de una evaluación sociológica de las democracias americanas)
La democracia desarrolla cinco ideas básicas que me interesa desarrollar como propuesta:
1- El valor y la dignidad de cada individuo de la comunidad.
2- El uso de la inteligencia y la razón.
3- El desarrollo del principio de la cooperación.
4-Fe en una ley natural y moral.
5- Fe en las realizaciones hacia el futuro..

1- El valor de cada individuo.
El primero de los ideales de la democracia es la dig¬nidad y valor de cada ciudadano. El gobierno del pueblo por el pueblo, no puede supervivir sin que los pueblos tengan educación y responsabilidad individual.
La democracia verdadera debe estar dedicada a la educación. Otras formas de gobier¬no hacen de la educación una herramienta que pone a los individuos al servicio del gobierno, pero la democracia educa para la participación en el gobierno.
Pero, ¿cual debe ser el objeto de la educación? Una cita de Samuel Johnson dice: integridad sin conocimiento es débil e inútil. Conocimiento sin integridad es peligro¬so y temible. Muchas veces cuando es analizada la educación como propósito, como un fin en sí misma, debemos preguntarnos cuál es el propósito de la educación, razonar introspectivamente hacia donde debe llevarnos. Ciertamente es para aumentar el cono¬cimiento y la habilidad de las persones, además de la competencia y la comprensión, pero una buena educación debe ensanchar el buen carácter y la integridad. Cualquier cosa sin fuerza de carácter es peligrosa, incluso la educación. La instrucción o educación no reemplaza la moralidad, y al educar y orientar a la juventud se deben agregar elementos morales, éticos y espirituales para que exista fuerza de carácter y el debido equilibrio en sus vidas. Debemos recordar que el hombre puede obrar espiritual¬mente o no. Cuando no obra espiritualmente, dispone su conducta con referencia a sus intereses individuales o los del grupo, pero contando con todo el mundo objetivado, ampliamente extendido en el tiempo y en el espacio, eligiendo y decidiendo en vista de este panorama, cuya magnitud depende de la ilustración y la inteligencia del sujeto. Cuando el hombre obra espiritualmente, su acción también se regula según normas e intereses objetivos, pero supedita sus propios motivos personales a los de índole universal. En el primer caso el hombre se ha independizado de los mecanismos articu¬lados del instinto y de la opresión de la circunstancia inmediata, si bien su conducta se gobierna según el provecho del individuo de su grupo.
En el segundo caso su emancipación es mucho mayor y llega al límite, pues se ha librado también de su propia realidad singular, del mandato de sus intereses concretos, de sus gustos y necesidades como individuo particular para conducirse, según normas y valores universales, como persona.
El verdadero propósito de la educación en democracia debe ser: hacer integro al hombre en cuanto a competencia, así como en cuanto a conciencia, porque si se crea el poder de competencia sin la orientación correspondiente para gobernar el uso de ese poder, se estará pervirtiendo la educación.
Por otra parte la competencia se desintegrará si no va acompañada de la conciencia. Separar el elemento y ético de la educación es preparar un porvenir aterrador para una nación.

Por otra parte vivimos una cultura dinámica cuya característica es la gran movilidad de sus verdades. La estática tenía verdades halladas. La actitud en una cultura dinámica es la de seguir descubriendo siempre, aún a costa de invalidar el saber descubierto recién ayer.
Pero anteriormente los hallazgos de la cultura y el saber po¬dían ser evaluados como estables y definitivos. Tanto así era que aun los contenidos comparativamente variables eran enseñados de modo estricto. ¡Cuántos de nosotros hemos aprendido de me¬moria el número de habitantes (que es mudable) de un país, o la cantidad de ganado vacuno o el monto de petróleo extraído por año!
La cultura estacionada o invariable, podríamos decir que tiene sen¬tido hasta el siglo pasado. En nuestros días, diez años equivalen a un siglo de otros tiempos. ¿De qué podría servir, sino obsta¬culizar, el aprender de memoria una enorme cantidad de datos que se modifican a diario y que por otra parte se consiguen en cualquier guía o libro de consulta?
Si el hombre es pensado como conducta, como actividad in¬teligente y no como depósito, es mucho más importante que po¬sea la capacidad o habilidad para descubrir o saber hallar los datos que necesita. Que pueda realizar una evaluación básica de la reali¬dad, que esgrima los principios y no los detalles versátiles, que sea capaz de crearse un cuadro o esquema interpretador de cual¬quier realidad que enfrente, que tenga capacidad para comprender la realidad y no solamente repetir lo que otros dicen, que esté capacitado, en suma, para su propia y permanente actualización. (Dewey distinguió entre educación como reproducción y como nutrición. Sobre esta última debe poner el centro la edu¬cación de nuestros tiempos)
En épocas de cultura más estática y con escasez de libros estos tenían un valor casi venerable. El profesor era generalmente profesor lector de un libro. (El término “lección” que proviene de “lectura” nos está diciendo algo al respecto). En nuestro tiem¬po no se da ni la estaticidad ni la insuficiencia de libros. Siendo la situación distinta, un concepto diferente de educación tiende a imponerse.
Como el libro era escaso, era natural que muchos que no lo podían poseer, lo tuvieran de otro modo: lo supieran de memo¬ria (así habitualmente eran citados los textos arcaicos o la Biblia)
¿Cómo podría hoy aprenderse de memoria información que declina en menos tiempo que dura un ciclo de estudios?
Hoy importa más la capacidad para seguir aprendiendo y para actualizar lo aprendido (y hasta para olvidar lo innecesaria¬mente endurecido en la memoria). Aunque en las citas siguientes Whitehead se refiere más a la educación universitaria, está con todo describiendo las exigencias de la educación en general en una sociedad contemporánea: “La instrucción verdaderamente útil proporciona comprensión de unos pocos principios genera¬les que se apoyan de manera firme en su aplicación a una va¬riedad de detalles concretos. En la práctica subsiguiente, los hombres habrán olvidado nuestros detalles particulares, pero recor¬darán, por un sentido común inconsciente, cómo aplicar los prin¬cipios a las circunstancias inmediatas. El aprendizaje es inútil hasta que se hayan perdido los libros de texto, quemado las no¬tas tomadas y olvidado las minucias que se aprendieron de me¬moria para los exámenes. Aquello que, en calidad de detalles, se necesite continuamente, permanecerá fijo en la memoria como hecho evidente, como el sol y la luna; y lo que sólo casualmente se necesite, se podrá buscarlo en cualquier obra de consulta. La función de la Universidad es capacitar al alumno para desha¬cerse de los detalles en beneficio de los principios. Cuando hablo de principios, no me refiero siquiera a formulaciones verbales. Un principio del que estamos totalmente empapados es más un hábito mental que una afirmación formal. Se convierte en la manera en que reacciona la mente al estímulo apropiado en for¬ma de circunstancias ilustrativas. Nadie da rodeos si tiene pre¬sentes sus conocimientos en forma clara y consciente. La cultura mental no es más que la manera satisfactoria en que debe funcio¬nar la mente cuando su actividad es estimulada. A menudo se habla del aprendizaje como si estuviéramos vigilando las páginas abiertas de todos los libros que hemos leído, y entonces, cuan¬do se presenta la ocasión, elegimos la página pertinente para leer en voz alta al universo”.
“Me ha impresionado mucho la parálisis del pensamien¬to inducida en los alumnos por la acumulación sin objeto de co¬nocimientos precisos, inertes e inútiles. El principal propósito de un profesor universitario debe ser mostrarse en su verdadero ca¬rácter, esto es, como un hombre ignorante que piensa, que uti¬liza activamente esa pequeña porción de conocimientos. En cierto sentido, el conocimiento disminuye a medida que aumenta la sabiduría, puesto que los detalles son absorbidos por los principios. Los detalles de conocimiento que sean importantes, se apren¬derán ad hoc en cada circunstancia de la vida, por el hábito de la utilización activa de principios bien comprendidos es la po¬sesión final de la sabiduría”). En estas líneas de Whitehead, aunque se refiera especialmente a la educación universitaria, quedan patentes las diferencias entre una educación para la memoria y los datos, y una educación que es actividad inteligente y búsqueda de habilidades pa¬ra seguir aprendiendo y para disponer funcionalmente de la información, o concebir la nueva verdad si es necesario.
La consideración de los conocimientos como fijos determina también la escisión entre niño y adulto. Habitualmente enlazamos escolaridad y aprendizaje, con la niñez. (Esto ya lo ha observado Mannheim). Porque el adulto (o crecido) era precisa¬mente el que no tenía que ir a la escuela, el que había recibido esa cuota básica de conocimientos, esa dosis fundamental y defi¬nitiva de verdades con las que ya podía quedarse tranquilo. Ser adulto era no tener que estudiar más. No se veía razón para se¬guir aprendiendo. Pero ello que era válido para una cultura es¬tática no lo es más en nuestro tiempo. (De ahí que haya cobrado tanta importancia la denominada Educación Continua)
En la concepción tradicional, el fin era sólo conocido por el educador. El alumno no tenía idea de hacia dónde se dirigía, ni de lo que le iría a enseñar mañana ni para qué le enseñaban lo, que le estaban enseñando hoy. Si a algún alumno se le ocurría preguntar: ¿para qué estudio esto?, se le respondía tranquilamente que por ahora lo aprendiera y que más adelante iba a saber por qué. Con lo que claramente se estaba señalando la es¬cisión entre fin y medios. El fin era externo a la actividad escolar.
Dentro de la concepción moderna, el fin es interno, inmanente a la actividad escolar. El alumno debe comprender el sentido y la finalidad de lo que hace, en el momento que lo hace.

2-El uso de la razón para resolver problemas.
El segundo ideal de la democracia es el uso de la razón. La democracia entiende la fe en la inteligencia para resolver problemas y fe en los poderes de razonamiento del hombre para evitar excesos y defectos.
Al enriquecimiento del espíritu, por la observación de lo real y por la contemplación de lo ideal, añadimos, el cultivo de la razón.
No se trata solamente del desarrollo del espíritu lógico, sino la adquisición de la facultad de saber emerger del empirismo y transformar las imágenes en ideas, los hechos en símbolos y las experiencias en leyes.
En esto consistió la sabiduría del pueblo Griego, en haber creado los métodos ra¬cionales y el orden de las ideas generales, y esta evasión espiritual fuera del empi¬rismo ha permitido a la humanidad, elevarse hasta la civilización universal por enci¬ma de todas las formas y culturas.
Por esta razón debería hacer caminar a cada joven estudiante, a cada persone que pretende formarse, por la ruta de los griegos, es decir, elevarlo desde el simple co¬nocimiento del hecho concreto a la inteligencia racional.
La democracia promueve el desarrollo de la verdad y la considera tan importante que la opinión de la minoría es protegida como una posible fuente de verdad, en lugar de juzgar a las minorías como víctima propiciatoria, tal como ocurrió en la última guerra con los judíos.
Existe un elemento que apoya el razonamiento dentro del sentido moral de una so¬ciedad y es la existencia de un código moral racional, una escala de valores y un sen¬tido de los valores espirituales que generalmente tienen las sociedades que aceptan la existencia de Dios, es decir que permiten el reconocimiento de un saber subjetivo.
Para preservar su libertad democrática el pueblo tiene que hacer valer sus derechos y determinar con su razonamiento la real influencia de los grupos de presión y el poder de las grandes corporaciones y organizaciones militares, que buscan ba¬jo el lema “mayor beneficio para más personas”, sus propios fines dubitativos.
El ideal democrático propone reunir personas idóneas en los grupos representati¬vos que legislen para el bienestar general. Por eso el legislador, el representante del pueblo que no recurre a la filosofía, a las fuentes de conocimiento para conocer mejor al hombre, jamás podrá enfocar con una perspectiva amplia los problemas del derecho, será a lo sumo un buen tecnócrata, pero sus enfoques serán limitados y superficiales. La marginación de los aspectos culturales y filosóficos, la mistificación del Curriculum y la sobreestimación de los métodos ante todas las cosas, han llevado a enturbiar la esencia del acto legislativo y enunciar leyes perversas con una profun¬da ceguera para lo humano.
3-El desarrollo de la cooperación como principio
Ha sido dicho que la libertad no es calle de una sola mano. Democracia no significa que cada uno puede hacer lo que quiere, el derecho de las persones termina donde comienza el de sus vecinos.
La preservación de la individualidad en las democracias significa la restricción de las libertades de aquellas que no desean trabajar con el grupo o son hostiles a él.
Las naciones son grandes conjuntos de familias que viven en ella, por lo tanto diremos que la idea de cooperación debe nacer en el seno de la familia. Una nación fuerte debe tener familias fuertes y cada familia debe ser apoyada por el estado en los siguientes puntos para que pueda alcanzar idoneidad y competencia;
a) Proveer las oportunidades para la alfabetización y educación de la familia.
b) Proveer a las familias los medios que posibiliten a sus miembros el desarrollo de una carrera.
c) Ayudar e las familias de menores recursos a lograr una ade¬cuada administración de finanzas e ingresos.
d) Impulsar programas de salud Física, prevención de enfermeda¬des, etc.
e) Facilitar programas culturales y espirituales que permitan aumentar la fortaleza socio emocional de las familias.
f) Promover talleres que enseñen el almacenamiento y procesamiento de alimentos y obtención de recursos en el hogar para épocas de crisis.
La fe religiosa puede ser importante en este punto. Los códigos morales y todo prin¬cipio ético en un grupo social representan el resultado de una extensa experiencia.
Para aumentar el carácter tangible de las concretas ventajas de la moralidad, los maestros y los visionarios han aprendido a utilizar recursos simbólicos para hacerlas más objetivas y precisas. Un método importante en una buena religión son los métodos que utiliza para solucionar en forma práctica los problemas psicológicos básicos, aún sin comprender las razones de porque se engendran.
En la actualidad el sacerdote y el analista luchan en el mismo sentido. El ser hu¬mano necesita una fuerza que lo construya, un empuje hacia arriba que lo eleve de sus bajos instintos. Estos sólo son viles cuando están mal orientados. El hombre necesita tener una visión de perfección aún cuando la estructura de su fe sea precaria y nece¬site un gran objetivo para su raciocinio.
El Imago Dei, (imagen de Dios), instalada en la naturaleza humana inclina al hom¬bre hacia la espiritualidad que cuando es bien concebida fortalece la relación transaccional entre las personas.

4-Creencia en una ley natural y moral.
Una creencia en que existe una ley no escri¬ta natural y moral es el cuarto principio de la democracia. El Filosofo Agustín de Hipona dijo que el hombre nace con la ley escrita en la frente. Es decir, que cuan¬do un ser humano llega el mundo sabe instintivamente que no debe, mentir, robar, codiciar, etc. Es la voz innegable que yace en lo profundo del ser, que pugna hacia el bien, es decir, la voz de la conciencia.
Eric Fromn afirma:”no existe nadie sin necesidad religiosa, la necesidad de tener un marco de orientación y un objeto de devoción”. Afirma Fromn que esta doble necesidad, un objeto de devoción y una dirección de orientación esta enraizado en la conciencia humana.
Muchas personas en la actualidad piensan que la religión y la ciencia están en fundamental conflicto. Cuando se examinan los orígenes de esta manera de pensar se descubre que en gran medida surge de las contradictorias presiones de la emoción y de la razón. Estos choques no son ni básicos ni irresolubles. La creencia de que la ciencia conduce, a sus par¬tidarios a ser materialistas tiene profundas raíces, entre las que no es la menos importante la confusión automática entre “básico” y “bajo”.
El examen de las creencias de eminentes hombres de cien¬cia puede no ser suficiente para borrar esta impresión pero constituyen un buen índice. Sir Isaac Newton por ejemplo iba la iglesia con regularidad. Creía en un Dios muy real que guiaba el funcionamiento del universo, pero que controlaba la caída de los gorriones y los majestuosos ciclos de los planetas sólo mediante una ley fundamental. La voz de Dios era para él un símbolo de las leyes bajo las cuales funciona el universo. Excepto en cuestiones de cosmología seguía los dogmas de la Iglesia Cristiana, que aceptaba como símbolos externos de grandes verdades eternas. Como guía en lo que respecta a la naturaleza, seguía las conclusiones de la ciencia pues creía que las enseñanzas religiosas en lo tocante a las estrellas y los planetas eran una mezcla del dogma con la ciencia de una época anterior.
Galileo, aunque confirmó durante su arresto domiciliario por herejía negando para su conciencia que el sol girara alrededor de la Tierra, siguió siendo un buen católico. Otros, mucho antes que él, habían sostenido que el universo no giraba a alrededor de la Tierra, pero no fueron tan celebrados y su herejía no fue peligrosa. Galileo, a pesar de una derrota momentánea pudo, merced a su gran fuerza intelectual, hacer que el nuevo punto de vista acerca de la traslación de los planetas fuera aceptado por todo el mundo. Aunque surgieron a su alrede¬dor olas de anti-intelectualismo, su profunda fe nunca lo aban¬donó y él nunca abandonó a su Iglesia.
Einstein, aunque impaciente en lo que respecta a cualquier credo o dogma, era un hombre profundamente religioso. Decía que “conocer la respuesta al sentido de la vida humana o de la vida de cualquier criatura es ser religioso”. Creía sinceramente que nadie puede ser feliz si no sigue la Ley que hay detrás de la vida. Otros hombres de ciencia, modernos, tam¬bién profundamente religiosos, pero en un sentido más ortodo¬xo que Einstein, fueron Millikan, Jeans y Eddington. Se po¬drían agregar muchos otros.
Sería vano afirmar que no ha habido y que no hay actual¬mente ningún conflicto entre los dogmas científicas y los credos religiosos. Hay entre unas y otros tantos roces como entre los credos mismos. Sin embargo, ello ocurre casi por completo en los niveles más bajos del dogma específico referente al mundo de la naturaleza, y puede reducirse enormemente por medio de una mayor tolerancia por ambos lados. Por otra parte, parece que tal tolerancia va en aumento.
Algunos hombres de ciencia son tan intolerantes como mu¬chos místicos, aunque se trata de una intolerancia de otra clase. Muchos biólogos son decididos mecanicistas y consideran que el hombre es sólo un conjunto de órganos, los cuales en sí mismos no son otra cosa que un conjunto de moléculas. Sin embargo, el biólogo sabe mejor que nadie qué insensato es considerar a un ente simplemente como la suma de sus partes. Un violín es mucho más que un conjunto de tripas, madera, barniz y otras partículas, aunque, si analizamos molécu¬las, no se puede encontrar ninguna otra cosa. Mucho más importante que la materia del violín es la información que requirió su diseño y fabricación y las reacciones emocionales que puede provocar en el que está escuchando. Si lo que se obtiene es música verdadera, no es necesario preocuparse por la indumentaria del ejecutante.
Algunos hombres de ciencia se hallan tan abrumados por el descubrimiento de que los organismos animales son meros mecanismos, que toman el vitalismo al pie de la letra y obran como un niño que acaba de darse cuenta de que Santa Claus no existe. Aunque el concepto que tenía el niño de Santa Claus fuera limitado y erróneo, era preferible que creyera en un Santa Claus falso a que no captase jamás el sentido de la Navidad. Cuando la esposa del ilustre hombre de ciencia le preguntó qué debía contestar a su hijo, en caso de que éste le preguntara si Dios existe realmente, obtuvo esta contestación:
“Desde luego, debes contestarle que sí, porque eso está más cerca de lo que consideramos la verdad que si fueras a contes¬tar que no existe.” Sin embargo, este hombre era lo que se podría llamar un agnóstico, o sea, uno que niega la posibilidad del conocimiento absoluto, cosa que no entra en lo más míni¬mo en conflicto con el hecho de que fuera una persona pro¬fundamente espiritual.
El hombre puede seguir cualquiera de las grandes sendas disponibles en su búsqueda de la verdad. Entre ellas, las más señaladas al presente son la religión, el arte y la ciencia. Cada una de ellas tiene sus propias contribuciones bien determi¬nadas que hacer. Sus diferencias surgen meramente de sus distintos modos de aproximación a la verdad. En los últimos tres siglos, la ciencia ha llegado a ser una de las sendas me¬jor despejadas para la comprensión intelectual, cosa que la religión necesita en sumo grado. Los hombres de ciencia nece¬sitan también, como todos los hombres, valorar el contenido emocional y espiritual de la vida, en el que deben interesarse en la misma medida que sus semejantes no científicos.
El científico, como el artista y el místico, está consagrado a la búsqueda de la verdad. Los métodos de la ciencia se proponen destilar realidades de la experiencia humana, principalmente por medio de los procesos mentales, y están ideados para separar los efectos de la emoción de los de la razón. Sin embargo, todo buen científico debe reconocer la realidad y la importancia tanto de la emoción como de la razón A fin de hacer ciencia, confía en la lógica, pero también en la ins¬piración, la intuición, la fe, el amor por la belleza y otras artes específicas.
El estado actual del progreso tecnológico resultante de la ciencia, con ser muy importante para el mundo, lo es mucho menos que el progreso intelectual y espiritual que la ciencia puede contribuir a acelerar. La sabiduría surge de un saber equilibrado, y los métodos científicos no sólo incrementan dicho saber, sino que ayudan a la consecución del equilibrio La ciencia está ayudando a la humanidad a desarrollar hones¬tidad intelectual, a que aprenda a ver la verdad con objetividad y a reducir los prejuicios sopesando los hechos sólo después de la observación.
La ciencia confirma el hecho de que vivimos en un universo que está en constante evolución. Transmite a los hombres que han de leer su mensaje la razón de las infinitas posi¬bilidades del progreso humano. La lenta acumulación de la experiencia humana da como resultado un desparejo pero pro¬gresivo incremento de aquellas cualidades espirituales que son de la mayor importancia para el hombre y tienen un gran valor de supervivencia para la especie: amor, integridad, humildad, simpatía y esperanza.
Los valores espirituales se destilan lentamente de la interacción del sentimiento, la emoción y el pensamiento, los cuales, como hemos visto, dependen del organismo del hombre, el que a su vez está condicionado por su medio ambiente, que descansa en último término sobre las propiedades de la ma¬teria. No es difícil para el hombre de ciencia ver la mano de Dios en los modelos que los protones, neutrones y electrones adoptan al formar los átomos, y los que éstos adoptan al formar las moléculas, éstas al formar células, las células al for¬mar tejidos, órganos y cuerpos, y éstos al formar agregados sociales. La ciencia influye en nuestra comprensión de todo ello. Incluso si se desea describir las verdades eternas como valores espirituales sobrepuestos al carácter del hombre des¬de un universo interior oculto, la ciencia tiene mucho que ofrecer para interpretarlo.
No se conoce ninguna sociedad cuyos miembros no hayan tenido creencias religiosas, comenzando con la magia y termi¬nando con el conocimiento espiritual. Incluso los más primi¬tivos salvajes australianos adoran un mundo del espíritu. En la actualidad, los hombres pertenecen a miles de sectas reli¬giosas, y los adherentes de cada una de ellas generalmente consideran a la propia como la única y verdadera religión revelada. Cuando se examinan los orígenes de una creencia, es evidente que el factor principal que determina las opinio¬nes religiosas de una persona es la religión de sus padres y el ambiente en que transcurrieron los primeros años de su vida.
Todas las religiones se basan en gran medida en las mis¬mas verdades espirituales, pero se diferencian en la importancia que dan a los distintos aspectos de esas verdades y en el sim¬bolismo que utilizan para hacerlos comprensibles para el hom¬bre común. Cada una de las sectas exhibe su parte de las aguas espirituales en un recipiente que da a sus revelaciones formas y matices que son atractivos y están adaptados al estado mental, emocional y espiritual de sus adherentes. En todo reci¬piente se encuentra algún fango de superstición y magia mezclado con las aguas espirituales.
Las sectas actuales del mundo han surgido de once grandes religiones la mayoría de las cuales tienen más de dos mil años de antigüedad.
Tratemos de facilitar la apertura hacia los caminos que apoyen el esclarecimiento del espíritu humano y contribuyan a motivar a las personas hacia una verdadera evaluación de la realidad y sus posibilidades de cambiarla.

5-Fe en las realizaciones hacia el futuro
La fuerza de la democracia que tratamos en este punto es que los gobiernos no deben fijarse metas que no pueden alcanzar. La capacidad de un gobierno para evaluar los datos de la realidad y su real com¬petencia para enfrentar desafíos que entrañan los proyectos futuros es la diferencia entre éxito y fracaso; y esta capacidad es directamente proporcional al desarrollo de este sentido de evaluar las cosas, en cada uno de los miembros de dicho gobierno.
Esto fue enunciado por un senador de los EE.UU., (Fulbright), en un discurso pronun¬ciado en 1961:
“Hay una divergencia inevitable atribuible a las imperfecciones de la mente humana, entre el mundo tal como es y el mundo tal como lo perciben los hombres.
Mientras nuestras percepciones permanezcan razonablemente próximas a la realidad, podemos actuar acerca de nuestros problemas de manera racional y adecuada. Pero cuando nuestras per¬cepciones no están a la altura de los acontecimientos, cuando nos negamos a creer al¬go porque nos desagrade o nos asusta, o porque nos sorprende como algo que no conocemos, entonces la distancia entre el hecho y la percepción se convierte en un abismo y la acción se vuelve irracional e incongruente...”.(W. Fulbright, Foreign Policy- The Congressional Record, marzo de 1961), (Citado por Thomas Harris).
Esta fe en el futuro debe existir acompañada por este sentido de la realidad, implica que las personas que componen el gobierno posean en muchos casos una formación interdisciplinaria. Se avecinan cambios importantes en el mundo, que obligarán especialmente a los americanos a adaptarse a las nuevas circunstancias, con fe en su propia superación, pero con un sentido de la realidad que les impulse a destacarse aumentando su conocimiento técnico, filosófico y humanístico.
Robert Reich, ministro de trabajo de Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos, ha dicho:
“Estamos pasando por una transformación que modificará el sentido de la política y la economía en el siglo venidero. No existirán productos ni tecno¬logías nacionales, ni siquiera industrias nacionales. Ya no habrá economías nacionales, al menos tal como concebimos hoy la idea. Lo único que persistirá dentro de las fronteras nacionales será la población que compone un país. Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciu¬dadanos. La principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos concediendo cada vez más prosperi¬dad a los más capacitados y diestros, mientras los menos competentes que¬darán relegados a un más bajo nivel de vida. A medida que las fronteras dejen de tener sentido en términos económicos, aquellos individuos que estén en mejores condiciones de prosperar en el mercado mundial serán inducidos a li¬brarse de las trabas de la adhesión nacional, y al proceder de esta manera se desvincularán de sus colegas menos favorecidos.
Con asombrosa regularidad escuchamos hablar del producto nacional bruto, del balance comercial, de las tasas de crecimiento económico, de las re¬servas de una nación, de las tasas de desempleo, de la productividad nacional, del valor de los activos de una nación, de la rentabilidad de las empresas. Los funcionarios políticos destacan algunas cifras con orgullo; sus rivales señalan otras (y ocasionalmente las mismas) con desánimo. Esto se ha transformado en un deporte nacional. Cada nuevo conjunto de cifras y cálculos desata un frenesí de especulaciones: ¿Vamos mejor o peor? ¿Algún otro país nos ha aventajado? ¿Estamos tomando la delantera? ¿Qué puede significar eso para nuestro futuro económico? La imagen y la palabra de numerosos comentaris¬tas aparecen en la televisión tratando de despejar las principales incógnitas”.
El conocimiento y la preparación que pueda lograr cada americano, (Y tendrá que lograrlo), será definitivamente la futura riqueza del continente, todavía en muchos aspectos marginado para ser partícipe en un mundo globalizado.
Del Libro de Nelson Astegher, Historia de una Masacre, Argenta Sarlepp 1996

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