Si quieres saber qué es lo bueno y qué es lo malo, lee esto


Supongamos que trabajas en una biblioteca revisando los libros de la gente que sale, y un amigo te pide que le permitas sacar clandestinamente una obra de referencia, muy difícil de encontrar, que quiera tener.
Tú podrías vacilar por diversas razones: podrías te¬mer que lo descubran y meterse ambos en problemas; po¬drías querer que el libro permanezca en la biblioteca para que puedas consultarlo tú mismo.
Pero también podrías pensar que lo que te propone es malo, que él no debería hacerlo ni tú ayudarle. Si eso pien¬sas, ¿qué significa, y qué, de haberlo, lo hace cierto?
Decir que es malo no es lo mismo que decir que va con¬tra las reglas. Puede haber malas reglas que prohíban lo que no es malo, como una ley contra las críticas al gobier¬no. Una regla también puede ser mala si exige algo que es malo, como una ley que imponga la segregación racial en hoteles y restaurantes. Las ideas de bueno y malo son di¬ferentes de las ideas sobre lo que va contra las reglas o no. De otro modo, no se les podría usar en la evaluación de re¬glas, así como de acciones.
Si piensas que obrarías mal ayudando a que tu amigo robe el libro, te sentirás incómodo de proceder así: en cierto modo no desearás hacerlo, aunque tampoco quieras negar ayuda a un amigo. ¿De dónde viene el deseo de no hacerlo? ¿Cuál es el motivo, la razón que lo sustenta?
Hay diversos modos en que algo puede ser malo, pero en este caso, si tuvieras que explicarlo, probablemente di¬rías que sería injusto para otros usuarios de la biblioteca que pueden estar tan interesados en el libro como tu ami¬go, pero lo consultan en la sala correspondiente, donde quienquiera que lo necesite puede hallarlo. También pue¬des sentir que el ayudar a que se lo lleve sería traicionar a tus patrones, que te pagan precisamente para evitar he¬chos semejantes.
Estos pensamientos tienen que ver con los efectos en otros (no necesariamente efectos en sus sentimientos, pues¬to que tal vez nunca se enteren, pero aun así se ocasiona cierto tipo de daño). En general, el pensamiento de que algo es malo depende de su efecto no sólo en la persona que lo hace, sino en otras. Si lo supieran, protestarían, porque no les haría la menor gracia.
Pero supongamos que tratas de explicar todo esto a tu ami¬go, y él contesta: "Sé que al bibliotecario le desagradaría si se enterara, y probablemente algunos otros usuarios de la biblioteca lamentarían no hallar el libro, pero qué importa, yo lo quiero; ¿por qué habría de preocuparme por ellos?"
Se supone que el solo argumento de que eso sería malo le da una razón para no hacerlo; pero si a alguien no le im¬porta la demás gente, ¿qué razón tiene para abstenerse de hacer cualquiera de las cosas normalmente consideradas malas, si puede salirse con la suya? ¿Qué razón tiene para no matar, robar, mentir o lastimar a otros? Si puede lograr lo que quiere realizando tales actos, ¿por qué no habría de cometerlos? Y si no hay razón para que no los haga, ¿en qué sentido son malos?
Por supuesto, la mayoría de la gente se preocupa hasta cierto punto por los demás; pero si alguien no siente tal preocupación, la mayoría de nosotros concluiría que eso no lo exime de mantener cierta moralidad. Una persona que mata a otra sólo por robar su billetera, sin preocuparse por la víctima, no queda automáticamente exculpada. El he¬cho de que no se preocupe no hace buena su conducta: él debería preocuparse. Pero, ¿por qué?
Son muchos los intentos por dar respuesta a esta pre¬gunta. Cierto tipo de contestación trata de identificar algo por lo que la persona muestra preocupación, y luego in¬tenta conectar con eso la moralidad.
Por ejemplo, algunas personas creen que, aun cuando cometas en esta Tierra crímenes horribles, y no seas cas¬tigado por la ley ni por tus semejantes, tales actos están prohibidos por Dios, quien te castigará después de que mue¬ras (y te premiará si venciste al mal al ser tentado por él). De este modo, aunque hacer algo así parezca beneficiarte, en realidad no es cierto. Algunas personas han creído in¬cluso que, si no hay un Dios que establezca requerimien¬tos morales con la amenaza del castigo y la promesa del premio, la moralidad no es más que una ilusión: "Si Dios no existe, todo está permitido".
Esta es una versión bastante cruda del fundamento re¬ligioso acerca de la moralidad. Una versión más sugestiva sería que el motivo para obedecer los mandamientos de Dios no radica en el miedo, sino en el amor. Él te ama, y tú de¬berías amarlo y desear obedecer sus mandamientos para no ofenderlo.
Pero, como quiera que interpretemos la motivación reli¬giosa, hay tres objeciones a esta clase de respuesta. En primer lugar, mucha gente que no cree en Dios hace, no obstante, juicios sobre lo bueno y lo malo, y piensa que ninguna persona debería matar a otra por su cartera, aun¬que esté segura de quedar impune. En segundo, si Dios existe, y prohíbe lo malo, no es, sin embargo, tal prohibi¬ción lo que lo hace malo. El asesinato es malo por sí, y por eso lo prohíbe Dios (si es que lo hace). Dios no podría hacer justa cualquier cosa que se considere mala desde siempre (como el que te pongas el calcetín izquierdo antes que el derecho) simplemente prohibiéndola. Si Dios te castigara por hacerla, tal acción sería impropia, pero no mala. En tercero, el miedo al castigo y la esperanza del premio, e in¬cluso el amor a Dios, no parecen ser los verdaderos motivos de la moralidad. Si piensas que es malo matar, engañar o robar, deberías querer evitar esas cosas porque son malas para hacérselas a otros, no sólo por tu miedo a las conse¬cuencias que te pueden acarrear, ni porque no quieras ofender al Creador.
Esta tercera objeción también se aplica a otras explica¬ciones de la fuerza de la moralidad que apelan a los inte¬reses de la persona que ha de actuar. Por ejemplo, puede decirse que debes tratar a otros con consideración para que ellos hagan otro tanto contigo. Éste puede ser un sano consejo, pero sólo es válido en cuanto pienses que lo que haces influirá en la manera en que otros te traten. No hay razón para hacer lo correcto si no han de enterarse otros; tampoco la hay para no hacer lo malo si puedes quedar impune (como causar un accidente automovilístico y darse a la fuga).
No existe sustituto para la preocupación directa por otra gente como base de la moralidad; sin embargo, se supone que la moralidad se aplica a todos: ¿y podemos dar por sentado que todos tienen tal preocupación por los demás? Obviamente, no: algunas personas son muy egoístas, y aun aquellas que no lo son sólo suelen preocuparse por la gen-
te que conocen, y no por toda. Así que, ¿dónde encontraremos un motivo que todos tengan para no dañar a otras personas, incluso a las que no conocen?
Bueno, hay un argumento general contra el dañar a otra gente, que se le puede presentar a quienquiera que entienda nuestra lengua (o cualquiera otra), y que parece mostrar que ese quienquiera tiene cierta razón para preocuparse por otros, aun cuando al final sus motivos egoístas sean tan fuertes que persista de todas maneras en tratar mal a la gente. Es un argumento que, estoy seguro, has escuchado, y que reza así: "¿Qué te parecería si alguien te lo hiciera a ti?"
No es fácil explicar cómo se supone que funciona este argumento. Imaginemos que estás a punto de robarle a alguien su paraguas al irte de un restaurante durante una tormenta, y uno de los presentes dice: "¿Qué te parecería si alguien te lo hiciera a ti?" ¿Por qué suponemos que te hará titubear o sentirte culpable?
Obviamente, suponemos que la respuesta inmediata a lo que te preguntan será: "¡No me gustaría nada!" Pero ¿cuál es el siguiente paso? Supongamos que dijeras: "No me gustaría si alguien me lo hiciera, pero afortunadamente nadie me lo está haciendo. ¡Yo se lo estoy haciendo a otro, y no me preocupa en lo absoluto!"
Esta respuesta excluye el punto en cuestión. Cuando te preguntan qué te parecería si alguien te lo hiciera a ti, se supone que pensarás en los sentimientos que tendrías si alguien robara tu paraguas; y esto implica algo más que tan sólo "no me gustaría" (como no te "gustaría" golpearte con una roca un dedo del pie). Si alguien robara tu paraguas, te ofenderías. Tendrías sentimientos respecto al ladrón del paraguas, no sólo sobre su pérdida. Pensarías: "¿Cómo se escapa llevándose el paraguas que compré con el dinero
que gané trabajando fuerte, y que tuve la precaución de cargar luego de leer el pronóstico meteorológico? ¿Por qué no trajo su propio paraguas?", y así por el estilo.
Cuando nuestros intereses se ven amenazados por el comportamiento desconsiderado de otros, la mayoría de nosotros fácilmente creemos que ellos deberían tener una razón para ser más considerados. Cuando sufres algún daño, probablemente piensas que a otra gente debería importarle: no piensas que no sea asunto de ellos, ni que no tengan razones para evitar dañarte. Éste es el sentimiento que se supone suscita el argumento del "¿Qué te parecería?"
Porque si admites que te ofenderías si alguien te hiciera lo que tú le estás haciendo, admites también que piensas que él debería tener una razón para no hacértelo; y si lo admites, tienes que considerar cuál es esa razón. No podría ser sólo que, entre toda la gente del mundo, es a ti a quien él está dañando. No hay razón especial para que él no robe tu paraguas, en contraposición con las razones de las demás personas. No hay nada particularmente especial en ti. Cualquiera que sea la razón, él la tendría en contra de dañar del mismo modo a cualquier otro; y es también una razón que todo el mundo tendría, en una situación similar, para no dañarte a ti ni a nadie más.
Pero si es una razón que cualquiera tendría para no dañar a nadie más de esta forma, entonces es una razón que tú tienes para no dañar a nadie más de esta forma (puesto que cualquiera significa todos). Por tanto, es una razón para no robar en este momento el paraguas de otra persona.
Ésta es cuestión de simple coherencia. Una vez que admites que otra persona tendría una razón para no dañarte en circunstancias similares, y una vez que admites que la razón que ella tendría es muy general y no se aplica exclusivamente a ti, ni a ella, entonces para ser coherente tienes que admitir que la misma razón se aplica a ti ahora. No deberías robar el paraguas, y si lo haces, debes sen¬tirte culpable.
Alguien podría escapar de este argumento si, al pregun¬társele: "¿Qué te parecería si alguien te lo hiciera a ti?", contestara: "No lo tomaría a mal. No me gustaría que al¬guien robara mi paraguas durante una tormenta, pero no pensaría que existe alguna razón para que ese alguien con¬siderara mi parecer al respecto". Mas, ¿cuánta gente podría honestamente responder así? Creo que la mayoría de las personas, a menos que estén locas, pensarían que su bene¬ficio y perjuicio importan no sólo a ellas mismas, sino de un modo que da a otra gente razón para preocuparse tam¬bién por ellas. Todos pensamos que, cuando sufrimos, no sólo es malo para nosotros, sino malo, punto.
La base de la moralidad es la creencia de que el benefi¬cio y perjuicio en particular de la gente (o animales) no sólo es bueno o malo desde su punto de vista, sino desde un punto de vista más general, que toda persona pensante puede comprender. Esto significa que, al decidir qué ha¬cer, toda persona debe considerar no sólo sus propios inte¬reses, sino también los de otros; y no basta que considere tan sólo los de algunos (como su familia y amigos, quienes más le interesan). Claro, se preocupará más por cierta gente, y también por sí misma; pero debe asistirle alguna razón para considerar el efecto de lo que hace en perjuicio o beneficio de los demás. Si la persona es como la mayoría de nosotros, eso es lo que piensa que otros deberían hacer con respecto a él, aunque no sean sus amigos.
Aunque lo anterior sea correcto, no es más que un esbozo de la fuente de la moralidad. No nos dice en detalle cómo-deberíamos considerar los intereses de los otros, ni cómo deberíamos valorarlos ante el interés especial que todos te¬nemos en nosotros mismos y en las personas más cerca¬nas. Ni siquiera nos dice qué tanto deberíamos preocupar¬nos por la gente de otros países, en comparación con nuestros conciudadanos. Entre quienes aceptan la morali¬dad en general, hay muchos desacuerdos sobre qué en particular es bueno o malo.
Por ejemplo: ¿deberías preocuparte por otras personas tanto como por ti mismo? En otras palabras, ¿deberías amar a tu prójimo (aunque no sea precisamente tu vecino) como a ti mismo? ¿Deberías preguntarte, cada vez que vas al cine, si el precio del boleto proporcionaría más felicidad en caso de que lo regalaras a alguien, o donaras el dinero para aliviar el hambre?
Muy poca gente es tan abnegada; y si alguien fuera tan imparcial entre sí mismo y los demás, probablemente tam¬bién se sentiría obligado a ser imparcial entre el resto de las personas. Esto le prohibiría preocuparse más por sus familiares y amigos que por los extraños. Podría tener sen¬timientos especiales hacia cierta gente próxima, pero la imparcialidad total significaría no favorecerla si, por ejem¬plo, tuviera que elegir entre ayudar a que un amigo o un extraño no sufra, o entre llevar a sus hijos al cine y donar el dinero para socorrer a los necesitados.
Parece demasiado pedir tal grado de imparcialidad a la mayoría de la gente: quien se hallara en semejante caso se¬ría una especie de santo aterrador; pero en el pensamiento moral es una cuestión importante saber a qué grado de im¬parcialidad deberíamos aspirar. Tú eres una persona en par¬ticular, pero también puedes reconocer que eres sólo una entre muchas, no más importante que ellas, si te ves desde fuera. ¿Qué tanto debería influir en ti este punto de vista? Desde fuera, en cierta medida, tú importas; de otro modo,
no pensarías que otras personas tuvieran motivos para preocuparse por lo que te hacen; pero desde fuera no importas tanto como te importas tú mismo desde dentro, ya que desde fuera no importas más que cualquier otro.
No sólo no está claro cuan imparciales debemos ser; tampoco lo está qué es lo que haría que una respuesta a esta interrogante fuera la correcta. ¿Hay sólo una manera correcta de que todos coloquen en una balanza lo que les preocupa personalmente y lo que importan imparcialmente? ¿O variará la respuesta de persona a persona, dependiendo de la fuerza de sus diferentes motivos?
Esto nos lleva a otra gran cuestión: ¿lo bueno y lo malo son lo mismo para todos?
A menudo se considera que la moralidad es universal. Si algo es malo, se supone que es malo para todos. Por ejemplo, si es malo que mates a alguien para robar su cartera, ese hecho sigue siendo malo sea que te intereses por la víctima o no; pero si se supone que el que algo sea malo es una razón para no hacerlo; y si tus razones para hacer las cosas dependen de tus motivos, y los motivos de la gente pueden variar mucho, parece que no existe para todos un solo bien y mal. No habrá un solo bien y mal, porque si los motivos básicos de la gente difieren, no habrá una norma básica de comportamiento que todos tengan razones para seguir.
Hay tres maneras de enfrentar este problema, ninguna muy satisfactoria.
En primer lugar, podríamos decir que las mismas cosas son buenas y malas para todos, pero no todos tienen razones para hacer lo bueno y evitar lo malo: sólo la gente con motivos "morales" buenos (en particular una preocupación por los demás) tiene razones para hacer lo bueno, por sí mismo. Esto hace universal a la moralidad, pero a costa de despojarla de su fuerza. No está claro a qué equivale decir que sería malo que alguien cometiera un asesinato, pero no tiene razones para no hacerlo.
En segundo, podríamos decir que todos tienen razones para hacer lo bueno y evitar lo malo, pero que estas razones no dependen de los motivos reales de la gente. Más bien son razones para cambiar nuestros motivos si no son los correctos. Esto vincula la moralidad con las razones para la acción, pero no aclara cuáles son estas razones universales que no dependen de los motivos que realmente tienen todos. ¿Qué significa decir que un asesino tenía razones para no delinquir, aun cuando ninguno de sus motivos o deseos reales le diera tales razones?
En tercero, podríamos decir que la moralidad no es universal, y que lo que moralmente se requiere que una persona haga va hasta donde sus razones lo permiten; razones que dependen de cuánto se preocupe realmente por otras personas en general. Si tiene sólidos motivos morales, producirán fuertes razones y fuertes requerimientos morales. Si sus motivos morales son débiles o inexistentes, los requerimientos morales que se le deban hacer serán igualmente débiles o inexistentes. Esto puede parecer psicológicamente realista, pero va contra la idea de que las mismas reglas morales se deben aplicar a todos nosotros, y no sólo a la gente buena.
La cuestión de si los requerimientos morales son universales surge no sólo cuando comparamos los motivos de diversos individuos, sino también cuando comparamos las normas morales aceptadas en diferentes sociedades y en diferentes épocas. Muchas cosas que probablemente tú consideras malas han sido aceptadas en el pasado por grandes grupos de gente como moralmente correctas: la esclavitud, la servidumbre, los sacrificios humanos, la segregación racial, la negación de la libertad religiosa y política, los sistemas hereditarios de castas, y probablemente algu¬nas que consideras buenas serán malas para sociedades fu¬turas. ¿Es razonable creer que hay alguna verdad única en todo esto, aunque no podamos estar seguros de cuál? ¿O es más razonable creer que lo bueno y lo malo están en fun¬ción de un tiempo, lugar y ambiente social específicos?
Hay un modo en que lo bueno y lo malo están obvia¬mente en función de las circunstancias. Usualmente es correcto devolver un cuchillo que tomaste prestado cuan¬do su propietario te lo pide; pero si mientras tanto se ha vuelto loco, y lo quiere para asesinar a alguien, no debe¬rías devolverlo. Éste no es el tipo de relatividad al que me refiero, porque no quiere decir que la moralidad sea relativa en el nivel básico. Sólo significa que los mismos principios morales básicos requerirán diferentes acciones en diferentes circunstancias.
El tipo más profundo de relatividad, en el que cierta gen¬te cree, significaría que las normas más básicas del bien y del mal (como cuándo es bueno matar o no, o qué sacrifi¬cios se te exige que hagas por otros) dependen por com¬pleto de cuáles normas se aceptan, en general, en la socie¬dad en que vives.
Encuentro lo anterior muy difícil de creer, sobre todo porque siempre parece posible criticar las normas acep¬tadas por tu propia sociedad y decir que son moralmente erróneas; pero si lo haces, debes apelar a alguna norma más objetiva, una idea de lo que realmente es bueno y malo, en contraste con lo que piensa la mayoría de la gente. Es difícil decir cuál es, pero la mayoría de nosotros concebi¬mos esa idea, a menos que sigamos como esclavos la opi¬nión de la comunidad.
Hay muchos problemas filosóficos sobre el contenido de la moralidad: cómo debería expresarse una preocupación o respeta moral por los demás; si debemos ayudarlos a conseguir lo que quieren, o principalmente evitar dañarlos y estorbarlos; cuan imparciales debemos ser, y en qué for¬ma. Aquí dejo de lado la mayor parte de estas preguntas, porque mi preocupación aquí es con el fundamento de la moralidad en general, o sea, qué tan universal y objetiva es. Debo contestar una posible objeción a la idea entera de moralidad. Probablemente hayas oído decir que la única razón de que alguien haga cualquier cosa es que lo hace sentir bien, o que el no hacerla lo haría que se sintiera mal. Si realmente sólo nos motiva nuestra comodidad, es inútil que la moralidad trate de apelar a la preocupación por los demás. Según esta opinión, hasta una conducta en aparien¬cia moral, en la que una persona parece sacrificar sus in¬tereses en beneficio de otros, en realidad es motivada por su preocupación consigo misma: trata de evitar la culpa¬bilidad que sentirá si no hace lo "correcto", o trata de ex¬perimentar la cálida congratulación que tiene cuando lo hace; pero quienes no tengan estos sentimientos tampoco tendrán motivos para ser "morales".
Ahora bien, es cierto, que, cuando la gente hace lo que considera su deber, con frecuencia se siente bien por ello; en forma similar, si hace lo que estima incorrecto, a menu¬do se siente mal; pero eso no significa que estos sentimien¬tos sean sus motivos para actuar. En muchos casos, los sentimientos resultan de motivos que también producen la acción. Tú no te sentirías bien por hacer lo correcto si no pensaras que hay otra razón para hacerlo, aparte del he¬cho de que te haría sentir bien; ni te sentirías culpable por hacer lo incorrecto si no pensaras que hay otra razón para no hacerlo, aparte del hecho de que te haría sentir culpa¬ble: algo que lo haya hecho correcto para sentirte culpable.
Al menos así deberían ser las cosas. Es cierto que algunos sienten culpa irracional por cosas que no tienen razones independientes para considerar malas; pero no se supone que la moralidad funcione así.
En cierto sentido, la gente hace lo que quiere; pero sus razones y motivos para querer hacer las cosas varían enormemente. Puedo "querer" dar a alguien mi cartera sólo porque está apuntándome a la cabeza con una pistola y amenaza con matarme si no lo hago; y puedo querer lanzarme a un río congelado para salvar a un extraño que se ahoga, no porque me haga sentir bien, sino porque reconozco que su vida es importante, como la mía, y reconozco tener razón para salvar su vida, como él la tendría para salvar la mía si nuestras situaciones fueran las contrarias.
La argumentación moral trata de apelar a una capacidad de motivación imparcial supuestamente presente en todos nosotros. Por desgracia, puede estar profundamente oculta, y en ciertos casos ausente. De cualquier modo, tiene que competir con poderosos motivos egoístas y otros motivos personales que pueden no ser tan egoístas, en su lucha por controlar nuestro comportamiento. La dificultad de justificar la moralidad no es que sólo haya un motivo humano, sino que haya tantos.
                                                                                                                 Basado en las ideas de Thomas Nagel

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