La tarde invernal avanzaba inexorable en el oscuro manto gélido y taciturno del crepúsculo, sobre la gran metrópoli, implantando sombras misteriosas y nostalgias en al alma.
En las calles se veía el hormigueo todavía importante de miles de gentes en sus vehículos, regresando a sus hogares. Los edificios de altas cúspides, reflejaban en sus ventanas, multitud de luces encendidas. Aquí y allá, las casas más pequeñas mostraban sus coloreadas chimeneas humeando alegremente el clima de los hogares, preparándose para el anochecer. El múltiple matiz de decenas de negocios, fábricas, departamentos y vehículos declinaba suavemente mientras se encendían en forma automática cientos de farolas de sodio, iluminando avenidas, calles y fachadas como agudos centinelas de la noche.

Aquel día se aproximaba una nevada, eran las veinte horas y la temperatura descendía más allá de cero grados centígrados. Los sistemas de climatización y calefacción funcionaban silenciosamente en la casa de la avenida Oeste. En su interior, padre e hijo esperaban en el gran living, el momento de la cena.

La habitación cálida y confortable parecía apañar lejanos recuerdos, un calor de hogar invitaba al apego, al afecto, al sosiego. El exterior parecía lejano y ausente y a través del amplio ven¬tanal, comenzaba a aparecer la nevada como una blanca capa silente y fantasmal.
— ¡Cuéntame una historia, papá! —.
— ¡Claro Joel, claro!, tenemos tiempo, tal vez te interese la historia de los Jacks —.
El padre con actitud complaciente, trataba de entretener a su hijo.
— ¡Qué lindo, papito, cuéntala por favor! — Y Joel se preparó para el relato.
Con una mirada, y la pausa de un excelente narrador, el padre comenzó la historia:
—En aquel entonces se llamaban así, pero déjame comenzar por el principio, y acomodándose en el amplio sillón continuó.

—Ocurrió en la época en que los hombres, toda la humanidad, había alcanzado un gran adelanto tecnológico, ilustres sabios alcanzaron el fin de las guerras, y desaparecieron las fronteras. Fue cuando un consejo de paz, formado por siete hombres ancianos, muy sabios, comenzó a gobernar todo el mundo. Hasta esa época los humanos vivían un promedio de ciento veinte años, pero con el avance científico se logró prolongar la vida útil hasta los cuatrocientos años —.

—¡Qué linda historia papá, sigue, sigue! — dijo Joel muy entusiasmado.

—Entonces comenzaron los viajes espaciales, los planetas habitables del sistema solar fueron colonizados, se construyeron ciudades en Marte, Venus y Mercurio.

Un día, enormes naves llegaron desde otra galaxia, descendieron en la tierra e hicieron contacto con los hombres; eran los Jacks, provenían de una lejana estrella cercana al sistema de Pólux, dueños de una civilización infinitamente mas avanzada que la de la tierra, eran físicamente diferentes: parecían gigantescos murciélagos con un rostro bastante parecido al de los terrestres, es decir, ojos, nariz, boca, orejas, pero muy velludos, tenían grandes alas color violeta, y podían volar, un escritor norteamericano de esa época les puso el nombre de Jacks (palafreneros), puesto que el nombre de esa raza era impronunciable en nuestro idioma.
Pero, te agrada mi historia hijo, ¿deseas que continúe? —.
— ¡Sí papito, qué lindo! —. Joel no cabía en sí de gozo. El padre continuó.
—Los Jacks, a pesar de su aspecto, eran muy inteligentes, de trato cordial y afable, aprendieron rápidamente a hablar la lengua de los humanos, eran telépatas, con un gran desarrollo mental. En un principio, mejoraron la tecnología terrestre, Onec, el gran coman¬dante Jacks organizó un nuevo sistema de educación mundial, el conocimiento de los habitantes de todo el mundo se vio aumentado muchísimo, y con la nueva tecnología los habitantes no necesitaron ya trabajar para vivir, las máquinas, los robots, y los sistemas computarizados hacían todo por ellos.

En total llegaron mil doscientos seres, setecientos hombres y quinientas mujeres Jacks.

Al principio todo marchaba muy bien, el campo para la investigación, los deportes y nuevos viajes a los planetas vecinos se vieron incentivados —.
— ¿Y qué pasó luego papá? —. Preguntó Joel impaciente.
—Calma hijo, ya continúo. Verás, los Jacks comenzaron a multiplicarse y se dedicaron progresivamente a una vida licenciosa, engordaron y comenzaron a esgrimir sus armas, que nunca habían utilizado, para sojuzgar a las personas; eran armas hipnóticas de efecto mental, a veces paralizantes, y en dos generaciones más, se hicieron dueños de la tierra. Entonces comenzó una resistencia por parte de los hombres, que fue combatida duramente, éstos fueron llevados por miles a trabajar como esclavos a los mundos de Alfa del Centauro.

Los Jacks perfeccionaron sus armas y su poder fue total, se los veía volar por centenares con sus alas color violeta, ostentándose sobre las grandes ciudades, ahora propiedad de ellos, dominadas, con muy pocos hombres, todos esclavos —.
— ¿Entonces papi? —.
—Entonces, Joel, surgió Marcos, un gran líder humano, un científico genial que creó el bacilo “H” —.
¿-Qué era el bacilo ‘H” papá? —.
—Era un bacilo que producía una extraña enfermedad; la enfermedad de los recuerdos. El mal de las añoranzas. Este bacilo atacaba sólo a los Jacks, produciéndoles una profunda tristeza, haciendo que anhelaran regresar a su hogar de origen. Entonces los Jacks subieron a sus naves abandonando la tierra y el sistema solar, pero varios de ellos que habían nacido en este mundo regresaron en una pequeña nave, porque sintieron nostalgia del tercer planeta, entonces..., pero vamos hijo, mamá nos llama a cenar, luego continuaremos —.
— ¡Qué hermoso cuento, papito, qué hermoso! — dijo Joel, moviendo muy contento sus pequeñas alas violetas.

                                                                                                                                                Nelson Astegher

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