PERDEDORES

(Miremos esto para reflexionar)

 

La exigencia del éxito ejerce desde los más tempranos años escolares una presión indebida en los niños. No se les enseña el amor al conocimiento, el placer de enterarse de asuntos reveladores, la maravilla que es saber y asombrarse, el equilibrio interior que otorga el pensamiento. No, se les exige otra cosa: resultados en las calificaciones, cifras verificables. Y las consecuencias son un desastre: niños muchas veces brillantes aplastados por el peso de una educación efectista y mediocre.

Más tarde, durante la juventud, la presión se acrecienta. Hay que ser exitoso, hay que brillar, hay que sobresalir. Y entonces entran en esa carrera absurda por títulos inútiles que hoy en día reemplazan los títulos nobiliarios de la antigua aristocracia: condes, marqueses, duques. Hoy en día esos títulos han cambiado, ahora se llaman posgrados, maestrías, doctorados. Como si el título en si mismo otorgara lucidez y compromiso intelectual. No, hay que estudiar no para tener esos cartones ni para ascender en las escalas trazadas, sino por amor a lo que se hace, por la dicha de entregarse a una disciplina por la que se siente pasión, por el placer de ir fundando con el mundo lazos cada vez más sólidos e imperecederos. Pero eso ya nadie lo enseña.

Y después, en la madurez, vemos entonces a esos arribistas luchando a toda costa por abrirse paso y cumplir como sea el sueño del éxito que les inculcaron desde niños. Penoso. Hacen cualquier cosa por alcanzar un cargo, sólo se relacionan con gente importante, quieren ser agradables con todo el mundo, son simpáticos.

Creo que muchas veces es exactamente al revés.  Los hombres de éxito despiden un aire de importancia que siempre me ha parecido repulsivo, trivial, falso. En su gran mayoría son personas débiles y sumisas que nunca han tenido el coraje para revelarse, para decir no, para elegir un camino independiente que no haya sido trazado por el sistema. Son existencias planas, chatas, rectilíneas,  que el camino han dejado todo pudor y que están dispuestos a negociar cualquier principio con tal de alcanzar prestigio, reconocimiento, dinero, estatus social. Casi siempre detrás de un éxito de ese estilo hay una gran suma de incapacidades y fracasos.

En cambio, el perdedor es por lo general un individuo complejo, rebelde, sinuoso, creativo, que se pregunta por todo y que no puede adaptarse a aquello que considera injusto e inútil, con una mentalidad que no cabe en los moldes establecidos, que ha decidido alejarse del rebaño; y las demás ovejas no le perdonan esa actitud y tarde o temprano terminan atacándolo y haciéndole pagar muy caro su deseo de mantenerse al margen. En el fracasado hay una alta dosis de talento y de poesía que en el triunfador se transforma en mansedumbre y aburrimiento.

Hay  un tipo de inteligencia normal, acartonada, obediente, que sigue las reglas y que por consiguiente alcanza buenas posiciones en la sociedad y grandes honores. Pero la inteligencia desmesurada, que siempre va acompañada de una actitud anárquica, el verdadero talento, vive la realidad como una camisa de fuerza, como un elemento incómodo y mal elaborado. El auténtico pensador se siente fuera de lugar y no encaja en las reglas que los demás respetan e incluso veneran. Razón por la cual siempre está buscando ir un poco más allá, siempre está en proceso de no adaptarse. El problema es que eso no nos lo enseñan por una razón muy sencilla: porque es mucho más difícil.

Tomado del libro: “La locura de nuestro tiempo”

Autor Mario Mendoza- Bogotano

 

Estos planteamientos tan lucidos para mi, han sido como el semáforo en verde que ha dado paso a grandes inquietudes que tengo desde hace bastante tiempo. He sido una gran crítica del sistema educativo, al menos el que conozco, el de mi país. Al no tener experiencia docente, me ha sido muy difícil asimilar ese pequeño gran mundo, que son las aulas de clase repletas de adolescentes, de mundos, de universos maravillosos, inquietantes e inquietos, encarnaciones de complejas gamas de conflictos existenciales. La sociedad, los sistemas, fabrican teorías de diversa índole para justificar la descomposición de sus mismas estructuras de poder. Duele mucho ser testigos pasivos de cómo la humanidad desde la más cercana a nuestros afectos, hasta la más remota geográficamente, en especial la más vulnerable como son nuestros jóvenes, viven expuestos a este fenómeno de presiones y exigencias que ellos no pueden ubicar en su contexto mental y emocional, no tienen soportes validos y actualizados para apoyar sus inquietudes y vacios, sus contradicciones y su infinita soledad. Los adultos no disponemos tampoco de herramientas que nos permitan guiarlos y apoyarlos en su búsqueda para orientar una verdadera y justa formación.  Esta es la realidad a la que me he enfrentado cara a cara, al decidirme por la participación activa, en la elaboración de soluciones a este problema que nos aqueja: esto es para mí el programa OPCIONES. Primero he tenido que cambiar muchos de mis esquemas mentales, disponerme a una nueva apertura en mi vida y emprender la maravillosa aventura de servir sin condicionamientos a una causa que llevo en mi propia alma.

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Comentario

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Comentario de Martha Eugenia Rueda Ardila el octubre 12, 2012 a las 1:29pm

Luz Mila, que cierta tu reflexión y lo grave es que el sistema educativo y las exigencias van envolviendo a los docentes por que se exigen resultados siempre de acuerdo al sistema imperante.

Comentario de Cesar Garcia Diaz el octubre 12, 2012 a las 12:02pm

Muchas gracias Luzmila, lamentablemente hay mucho de cierto en tu apreciación en muchos países, pero por eso es que surgen formas e ideas como esta que hoy adoptamos y con gusto real apoyamos y bendecimos, un abrazo.

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