Si has tenido la oportunidad de leer la inolvidable obra de Victor Hugo “Los Miserables”, has conocido al Obispo Monseñor Myriel, hombre de gran sabiduría y bondad que cambia la vida del protagonista Jean Valjean.
Jean Valjean, es el protagonista del relato.

Se trata de un hombre de pueblo al que se lo nota el transcurso de los años, en lo canoso del cabello que hace que se le acabe conociendo por el mote del señor Blanco.
Es un hombre con una gran fuerza de espíritu a pesar de todo lo vivido.

Su horror comienza cuando al ver a su familia hambrienta no puede pensar en otra cosa que en acabar remediando ese problema y por ello, es conducido a romper el cristal de una panadería para robar pan.
Así, empieza su ocaso siendo encarcelado por el hecho cometido.

De esta manera, Jean toma conciencia de la inquietud cometida y su natural bondad decae al tener que hacerse duro para afrontar la cárcel y comienza a odiar a Dios y a la Humanidad:
Sin embargo, su deseo de libertad lo llevan a la fuga y lo único que consigue con ello es alargar su pena.
Después de acabar el cumplimiento de su condena, sale llevando consigo un pasaporte que apunta su condición de ex presidiario.
Todo él ha experimentado un cambio profundo, se ha vuelto un ser antisocial que no sabe como volver a subirse al carro de la sociedad.
No era un ladrón pero los años en el presidio calaron en su ser. Tras su salida del presidio observó que no había hueco para él en un lugar irremediablemente injusto.

Entonces al pasar por una pequeña ciudad, y solicitar asilo al Obispo Monseñor Myriel, recibe asilo y como pago le roba la platería de la catedral a este hombre justo que lo ayudó. Cuando huye en la noche y lo captura la policía, al llevarlo ante el obispo, principal de la ciudad, este le dice que no fue un robo, sino que fue un regalo.
Esta acción de bondad y comprensión del sacerdote, cambió la vida de Jean Valjean, convirtiéndolo en un hombre extraordinario, y gran benefactor de la humanidad.
En el terreno de la filosofía se ha discutido mucho, sobre este tema.
Si la bondad de un hombre puede cambiar la vida de otros.
Durante mucho tiempo, me pregunté, hasta qué punto, una acción mía podría cambiar la forma de pensar o de proceder de otra persona.
Hace muchos años, me encontraba viviendo en la ciudad de Acapulco, México.

Había sido contratado por una corporación, y dirigía las operaciones de esta empresa en el estado de Morelos. Alquilé una casa en un barrio residencial muy acreditado.
La casa estaba sobre una colina, por la cual había que subir por una cuesta, hasta llegar a ella. A los lados de la pendiente, estaban en las propiedades de varios vecinos.
Uno de ellos, era un médico de unos 75 años, al cual saludaba cada día al salir de mi casa.
Una tarde, cuando regresaba a mi habitat luego de un día de mucho trabajo, subía con mi coche por el inclinado camino de subida, cuando este hombre, el médico, estaba moviendo su coche en reversa.

Hice sonar ni claxon para alertarlo de mi presencia detrás de su carro, pero fue inútil. Retrocedió sin poder frenar a tiempo y el impacto abolló la parte frontal de mi vehículo dejándolo en forma lamentable.
El hombre descendió muy compungido y me aseguró que se haría cargo de todas las reparaciones.
Pasaron varios días, y cada vez que veía a este señor, él parecía estar observando otra cosa. Curiosamente, ya no lo veía al salir de mi casa cada mañana.
Bueno, pasaron algunos días, envíe mi coche a reparar, y el asunto cayó en el olvido.
De más está decir que este hombre demostraba escasa calidad humana, al querer desentenderse del problema tal como lo hizo.
Dos meses más tarde, estábamos en vísperas de Navidad. Una tarde, ya muy cerca del festejo, subía con mi carro y me encontré con él cara a cara al pasar frente a su casa. ¡Al fin lo encuentro! Exclamé.
El hombre sorprendido exclamó: ¡señor Nelson!, qué gusto verlo, justamente iba a llamarlo para hacerme cargo de la reparación de su carro. Pero ¿de qué habla usted?, le dije. Si usted se refiere a la reparación, olvídelo, no voy a molestar a un caballero como usted.

Yo quería verlo para felicitar a usted y a su familia por estas Navidades. El hombre me miró, diría que casi incrédulo, me abrazó y me dijo: también a usted lo felicito señor, también a usted...
Desde entonces, fue mi amigo. Yo había ganado la pequeña batalla, haciendo resaltar lo bueno en una persona.
Ese fue mi comienzo, en la experiencia de ayudar a las personas a ser mejores.

Me convencí de que lo que había hecho el obispo Myriel, era posible hacerlo, me convencí de que no hay imposibles para la Fe, la determinación y la constancia. Te relato esto, para mostrarte una experiencia, que quizás ya la hayas hecho, o sino que consideres lo hermoso que es mejorar la vida del otro.

                                                                                                                                                 Nelson Astegher

Los Miserables Victor Hugo-libro.pdf

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