Hay ocasiones en que todos nos damos cuenta de los desencantos e infortunios de la vida. Algunas veces en medio de una gran crisis, nos sentimos desamparados, descorazonados, descontentos, como cuando perdemos la paz, la sensación de propósitos que siempre son tan esenciales para la calma y tranquilidad interiores.
Las frustraciones, que nos acontecen, cuando pasan velozmente los días y las semanas, y vemos todo lo que dejamos sin hacer. Luego nos movemos rápidamente a una u otra parte para ponernos al tanto de todo lo que hemos perdido al desconectarnos de la realidad.
Aparte de lo que diariamente hemos hecho para aliviar las sensaciones que nos punzan el espíritu debido a nuestra incertidumbre. Y es entonces cuando nos debemos un momento de introspección y reflexión para centralizarnos en lo más importante: la fe en las ilimitadas y eternas posibilidades de la vida. Y en esta introspección, cuando evaluamos nuestra realidad cotidiana, nos damos cuenta de que la experiencia pasada sólo nos puede servir, si aprendemos de ella. Y cuando la meditación nos permite percibir las gemas de la vida, es entonces cuando evaluamos la inutilidad de la enemistad. Y tengamos enemistad, hacia lo que es malo, lo que nos daña, lo que no nos aprovecha. No enemistad hacia quienes están honestamente empeñados en superar sus falencias, en aquellos seres bondadosos que iluminan nuestro diario vivir, y que nos enseñan a extender la compasión hacia nuestro interior, y saber perdonarnos a nosotros mismos.
Hay una breve máxima del poeta Virgilio, que dice: “perseveren y consérvense para los días de felicidad”.
Muchas veces la vida nos atosiga, cuando los problemas parecen insolubles, cuando las desilusiones nos dicen que no podemos soportar la pesada carga. A veces, los problemas vienen y van, y cuando el ciclo llega a su valor más bajo, es cuando debemos perseverar hasta que se desvanezcan las sombras. En realidad, así ocurre, cuando comprendemos que debemos tener nuestra mente centrada en lo que queremos, y no en lo que nos falta. Y sobre todas las cosas, estar agradecidos en mente y espíritu.
Nueve Nuestros enemigos de hoy, los ladrones que roban la fuerza del alma, son peores que los ladrones del mundo. Intentan atraernos como fuegos fatuos al pantano de una esperanza engañosa, para dejarnos solos en la incertidumbre y desa¬parecer para siempre
“Nadie podría soportar la adversidad—asevero Séneca—si perseverase con la violencia de la embestida inicial. Las personas suelen proferir un ultimátum. Dicen que no pueden o que no van a tolerar esto o aquello, ni un momento más. “Hasta aquí llegó...no puedo más”. Estas ocasiones pueden compararse al fusible que se funde cuando la corriente es excesiva para la carga.
A veces realmente dudamos si podemos soportarlo; pero hay ciertos elementos esenciales en nosotros y entonces descubrimos que el espíritu, y la mente del hombre, poseen una elasticidad insospechada.
Hay en todos nosotros más impulso primordial de lo que a veces suponemos; y lo que en otro tiempo dijimos que no podíamos tolerar o sostener, descubrimos que de alguna manera lo estamos haciendo o soportando, a medida que el tiempo, los reajustes, y en ocasiones el apremio de la necesidad, modifi¬can nuestro concepto de las cosas que valen la pena, junto con nuestra actitud, y encontramos en nosotros mismos, fuerza y resistencia, y recursos ocultos que no creíamos tener.
¿Cuales son los frutos del esfuerzo por encontrar nuestra fibra oculta?. ¿Cómo es la riqueza interior, ese motor inagotable que combate desde lo más profundo de nuestro ser?
La riqueza interior, un don cultivable del espíritu, vivifica todas las facultades intelectuales, aumen¬ta, engrandece, difunde y depura todas las pasiones y afectos naturales; los adapta, por el don de la sabiduría, a su uso adecuado. Inspira, desarrolla, cultiva y madura todas las simpatías de buen tono, los gozos, gustos, sentimientos de familia y los afectos de nuestra naturaleza.
Inspira la virtud, la bondad, la ternura, la gentileza y la caridad.
Desarrolla la belleza de la persona, la forma y los rasgos. Tiende hacia la salud, el vigor, la vivacidad y el sentimiento social. Vigoriza todas las facultades del hombre, físicas e intelectuales. Fortalece y tonifica los nervios.
En resumen, es, por así decirlo, médula de los huesos, gozo del corazón, luz de los ojos, música para los oídos y vida para todo el ser.
En presencia de tales personas, uno intenta gozar de la luz que su rostro emana, como gozamos de los rayos del sol.
El mismo aire que las rodea difunde una emoción, una calidez y brillo de alegría pura y simpa¬tía, las cuales llegan al corazón y a los nervios de aquellos que tienen sentimientos afines o, en otras palabras, afinidad de espíritu.
No permitamos que las situaciones y las personas nos roben nuestra paz interior, y cultivemos la riqueza que proviene de nuestra inspiración y satisface nuestro vivir, esta debe ser desde hoy nuestra tarea.
Nelson Astegher

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