Estrategias De Pensamiento Para Jovenes Mas Felices Y Exitosos
En el curso de esta "invitación a pensar" procuramos mostrar cómo cada filósofo propone un sistema para salvar el sentido de la existencia, el sentido de lo humano. Eso es lo que le interesa y lo que nos interesa. Queremos saber por qué queremos vivir, y queremos saber para qué vivir y cómo vivir. Este tiempo que estamos viviendo es justamente la Posmodernidad.
La historia de la filosofía puede contarse también como la historia de la pérdida del fundamento.
Dios era fundamento de fundamentos. Luego fue marginado. Después desplazado. Después ignorado. Y, finalmente, desechado.
En consecuencia, la historia de la filosofía es la historia de la búsqueda de fundamentos nuevos, seguros, o que procuren alguna seguridad.
Y puesto que tales basamentos escasean en el mercado, y cunde la inseguridad existencial, la necesidad de filosofar, cuyo fundamento es la crisis de los fundamentos, se hace cada día mayor.
En esto consiste el nuevo movimiento, o la nueva época llamada Posmodernidad. Pos-modernidad: aquello que vie¬ne después de Lo moderno. Porque lo moderno entroniza a la razón en lugar de Dios, entroniza la ciencia, la tecnología, y en ella establece el fundamento de lo humano y de la historia humana.
En la plenitud del siglo XX, también ese sitial se derrumba.
La razón, la lógica, el enfoque científico, es una de las tantas visiones que podemos tener de la realidad, no la única, y no la exclusiva; tampoco la superior, declara la Posmodernidad.
Paul Feyerabend, representante fundamental de esta corriente, sostiene, inclusive, que esa primacía de la ciencia nos está haciendo daño, y mucho.
La Posmodernidad es la caída de todos los metarrelatos, sostendrá Lyotard. Los metarrelatos son los grandes mitos que cada generación ha sostenido como fundamento para su creer, su pensar, su vivir.
El cuento que está detrás y debajo de todos los cuentos, el meta-relato. Según esta perspectiva, todo es relato, construcción.
El mundo es lo que decimos del mundo, se sugería an¬tes.
Ahora parece dominar otra idea: el mundo es lo que no¬sotros decidimos decir acerca del mundo.
Decir es significar. La filosofía de la Posmodernidad echa sus anclas en la hermenéutica. Según Gianni Vattimo en Las aventuras de la diferencia, la Posmodernidad puede interpretarse como el fin o la caída de la Modernidad, o como su consecuencia.
El mundo simbólico, como entorno natural e interno del ser humano, es el gran descubrimiento del siglo XX. También, diríamos nosotros, el mundo afectivo y la comunicación.
Vivir es interpretar, porque nuestra realidad, la humana, es ante todo realidad lingüística. No hay cosa, objeto, sin una pre-comprensión de la cosa, su captación a través de nuestra red lingüística.
El objeto ya no está, como se pensaba antes, frente al sujeto. Ambos, sujeto y objeto, forman parte de una tra¬ma común, la de la comprensión. Por ese motivo, la ciencia de todas las ciencias es la hermenéutica, la interpretación.
O, como afirma Vattimo: "Antes de cualquier reconocimiento de algo como algo, el sujeto cognoscente y lo conocido ya se pertenecen recíprocamente: lo conocido ya está dentro del horizonte del cognoscente, pero solo porque éste está dentro del mundo que lo conocido co-determina".
Inclusive en ciencias como la física, por ejemplo, se ha¬bla del principio de incertidumbre, enunciado en 1927 por el físico alemán y Premio Nobel, Werner Heisenberg.
Este principio puede resumirse en esta idea: el sujeto, al conocer el objeto, por el mero acto de observarlo o estudiarlo ya está influyendo en él, y por lo tanto, lo está modificando; en consecuencia, al analizarlo, no analiza lo que está ahí, en frente (antigua idea de "objeto"), sino aquello que él mismo ha modificado o elaborado.
En La imagen de la naturaleza en la física actual, postula Heisenberg:
"Por primera vez en el curso de la historia el hombre no encuentra ante sí más que a sí mismo en el universo, no percibe a ningún asociado ni adversario.
Las vulgares divisiones del universo en sujeto y objeto, mundo interior y mundo exterior, cuerpo y alma, no sir¬ven ya más que para suscitar equívocos.
De modo que, en la ciencia, el objeto de la investigación no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza sometida a la interrogación de los hombres, con lo cual, también en este dominio, el hombre se encuentra enfrentado a sí mismo".
En esta cosmovisión de la Posmodernidad participan, desde diversos ángulos, pensadores que provienen de diferentes áreas. Richard Rorty, por ejemplo, filósofo contemporáneo, también atiende a qué somos en el lenguaje, pero el lenguaje, a su vez, se fragmenta en lenguajes de nuestros diferentes mundos, cognitivos, afectivos, políticos, culturales.
Según él mismo asegura en Contingencia, ironía y solidaridad: "Decir con Nietzsche que Dios ha muerto, es decir que no servimos más a propósitos elevados''.
Antes tenía vigencia el ideal de verdad. La verdad, justamente, es el ideal de un mundo sustentado sobre fundamen
tos absolutos, es decir, Dios y la estructura de autoridad que de él desciende. Ese ideal, en un mundo donde el principio de autoridad se ha disuelto, ahora es reemplazado por el de la libertad, tanto en lo económico como en lo filosófico, una suerte de individualismo creativo que no acepta coerciones autoritarias. Como diría Rorty en la obra citada:
"Intentamos llegar al punto en el que ya no veneramos nada, en el que a nada tratamos como a una cuasidivinidad, en el que consideramos todo —nuestro lenguaje, nuestra conciencia, nuestra comunidad— como producto del tiempo y del azar".
En 1961, en la revista Sur, Héctor A. Murena, notable escritor y ensayista argentino, afirmaba:
"Descartes, como momento del pensar occidental, repre¬senta una reiteración de la concepción dualista cristiana cu¬yos orígenes debemos buscar en el apóstol Pablo y, más allá, en la filosofía pitagórica. Pablo, en efecto, retoma la noción pitagórica del cuerpo como templo del alma.
En verdad, desde Pablo hasta las postrimerías del siglo XIX, pasando por San Agustín, Pascal, Spinoza, Leibniz, Kant, Hegel, etc., el hombre es la incomprensible unión de un cuerpo y un alma que el filósofo se ve en aprietos para justificar. El cuerpo y todo lo que con él se relaciona —sexo, economía, etc. — cobra un cariz acentuadamente negativo, vergonzoso, menos¬preciable. En Descartes este dualismo alcanza uno de sus ápices...".
Esta "historia de algo que se oculta" es la historia de la filosofía. Una historia que, en última instancia, acaso pue¬da resumirse en ese balanceo continuo entre dos ejes: el cuerpo y el alma.
El alma es la dignidad humana, el símbolo del sentido y la respuesta, por vaga que fuere, acerca del significado de mi existencia en la Tierra.
En el siglo XX se produjo la reivindicación del cuerpo.
Freud, brillante neurólogo y creador del psicoanálisis, se atrevió a pronunciarse acerca del tema sexual anunciando que los tiernos bebés sienten, como Edipo, una inefable atracción hacia sus madres.
De ahí en adelante, como antes Dios, el alma se fue replegando, y el cuerpo, en sus múltiples y diversas manifestaciones, ocupó el centro de la escena.
Hasta que el referente, el centro de la atención se hizo más impersonal aún, y todo pasó a explicarse en términos de mercado. Así, desde mediados de siglo, ese término que Max Weber instaló en nuestra realidad domina todos nuestros actos. Explica Weber en Economía y sociedad:
"La comunidad de mercado, en cuanto tal, es la relación práctica de vida más impersonal en la que los hombres pue¬den entrar. No porque el mercado suponga una lucha entre los partícipes (toda relación humana, incluso la más íntima, incluso la entrega personal más incondicionada es, en algún sentido, de un carácter relativo, y puede significar una lucha con el compañero, quizá para la salvación de su alma), sino porque es específicamente objetivo, orientado exclusivamente por el interés en los bienes de cambio. Cuando el mercado se abandona a su propia legalidad, no repara más que en la cosa, no en la persona; no conoce ninguna obligación de fra¬ternidad ni de piedad, ninguna de las relaciones humanas originarias portadas por las comunidades de carácter perso¬nal.
Ya no ocultamos nada. Está todo a la vista. Los relatos y los metarrelatos. Hemos avanzado en la conciencia de que to¬do conocimiento tiene alguna finalidad generalmente inconfesa. Las verdades objetivas están al servicio de gustos, deseos, formulaciones subjetivas de un tiempo, de una sociedad, de una civilización. Y eso es algo que ya no se discute. Ahora que¬remos desviarnos, perdernos de cualquier centro hegemónico, tiránico, de cualquier principio que pretenda ser fundamento. Pero al menos hemos tomado conciencia de esto. Conciencia de crisis. Así, no de otro modo, comienza la filosofía. Y la filosofía es un proceso fascinante, un desafío infinito que nos des¬pega de nuestra finitud y nos vuelve casi como dioses.
Inspirado en los trabajos del filosofo Jaime Barylko.
La posmodernidad es el pensamiento reinante en la filosofía de nuestro tiempo. En tu trabajo de difundir los conocimientos de la Red Opciones, ésta es la mentalidad con la que deberás contender. Es necesario por lo tanto conocer la forma de pensar con la que el mundo recibirá a los facilitadores de la Red Opciones, que no solamente cambiaran la vida de los jóvenes, sino también iniciaran una siembra para cambiar el mundo.
Nelson Astegher
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