¿Es bueno que seas inteligente? Estudio sobre la inteligencia y los cocientes intelectuales

Se ha repetido hasta el cansancio que la ignorancia da felicidad, la pregunta que surge es:¿es la inteligencia un parangón de tristeza?. La opinión general parece decir que si, quizás cuando se relaciona con el gran sabio Salomón que dijo hace más de 3000 años: el mucho estudio es fatiga de la carne y el que añade ciencia, añade dolor.
Pero a pesar de las ventajas que tiene ser más inteligente que los demás, lo real parece ser que un coeficiente intelectual alto no se relaciona estrechamente con lograr las mejores decisiones, de hecho muchas veces puede implicar exactamente lo contrario.
Aunque el terreno de la filosofía nos asegura que para alcanzar la sabiduría, hay que tener conocimiento. Pensamos que ese conocimiento se logra también con meditación e investigación.
¿Ha sido vana la búsqueda de la inteligencia?
Los inicios que se dieron hace más de 100 años, fue cuando la prueba del cociente intelectual comenzó a ganar popularidad.
En el año 1927 el psicólogo Lewis Termin decidió realizar estudios sobre un grupo de niños superdotados, muchos de ellos tenían más de 170 de cociente intelectual, y fueron conocidos como los Termitas.
Como se pudo averiguar luego, tras un paciente seguimiento, muchos de ellos alcanzaron fama y fortuna a lo largo de sus vidas, pero muchos otros eligieron profesiones simples, como policía, marinero o empleado mecanógrafo.
Era evidente que la felicidad no estaba asegurada para los inteligentes de cociente muy alto. Los divorcios, el alcoholismo y los suicidios igualaban a los de las personas normales.
La conclusión de estos estudios es que mirado desde el lado bueno, un gran intelecto no implica gran diferencia a la hora de medir la felicidad y observando la parte negativa puede significar una menor satisfacción de vida.
Entonces,¿por qué los beneficios de un CI superior no amortizan a largo plazo?.
Una posible respuesta es que conocer el propio talento puede convertirse en una carga a la que estar atado. En los años 90 del pasado siglo se le preguntó a estos jóvenes que tomasen conclusiones sobre su vida, y en vez de reconocer sus éxitos muchos parecían tener la sensación de no haber cumplido con las expectativas que tuvieron de jóvenes. Muchos de los entrevistados mostraron tener un guión, que es un plan de vida basado en una decisión tomada en la infancia, reforzado por los padres, justificado por acontecimientos subsiguientes, y que culmina en una alternativa elegida. Esto se marcaba mucho más en los altos cocientes intelectuales.
Otra característica recurrente en los superdotados es que parecen ser más conscientes de los problemas del mundo. Mientras que muchos de nosotros no sufrimos demasiada angustia existencial, la gente inteligente se preocupa por la condición humana o se angustia con la estupidez de los demás.
Esta preocupación constante, es uno de los signos de elevada inteligencia. Muchos conscientes intelectuales elevados, deciden ocuparse en funciones de ayuda a los problemas del mundo. Son idealistas, puesto que toman responsabilidades que no les corresponden en forma natural.
Los estudios mostraron también que los altos cocientes intelectuales se preocupan más y conservan mayores niveles de ansiedad en el día.
Pero la ansiedad no proviene del planteo de los grandes problemas existenciales, sino de preocupaciones mundanas que los más inteligentes tienden a replantearse una y otra vez.
De todas maneras las tomas de decisiones no dependen de un mayor grado de inteligencia, sino de un sentimiento interior de meditación y equilibrio.
Keith Stanovich, de la Universidad de Toronto, ha pasado 10 años realizando pruebas de racionalidad y han descubierto que la capacidad de tomar una decisión correcta no se relaciona con la capacidad intelectual.
Las personas con un alto cociente intelectual parecen tener alguna dificultad para percibir sus propios defectos y de aceptar que se guían mucho por sus instintos.
Pero existe una defensa a favor del instinto y debemos comentarla.
Cuando el hombre crea una civilización propia, se embarca en un curso de desarrollo que biológicamente podría aterrorizar al mismo Creador. En cuanto se refiere a la adaptación a la naturaleza, todas las criaturas de la naturaleza son maravillosamente perfectas, porque ésta mata a las que no se adaptan perfectamente. Pero ahora ya no se exige que nos adaptemos a la naturaleza; se nos exige que nos adaptemos a nosotros mismos, a esto que se llama civilización. Todos los instintos eran buenos, eran sanos en la naturaleza; en la sociedad moderna, en cambio, llamamos salvajes a los instintos.
Los estudios muestran que las personas de alto cociente intelectual, con una base de formación espiritual, perseveran en el reconocimiento de la realidad, con un adquirido sentido de la importancia de la vida. 
Debemos recordar que la persona puede obrar espiritualmente o no.
Cuando no obra espiritualmente, dispone su conducta con referencia a sus intereses individuales o los del grupo, pero contando con todo el mundo objetivado, ampliamente extendido en el tiempo y en el espacio, eligiendo y decidiendo en vista de este panorama, cuya magnitud depende de la ilustración y la inteligencia de dicha persona. Cuando el hombre obra espiritualmente, su acción también se regula según normas e intereses objetivos, pero supedita sus propios motivos personales a los de índole universal. En el primer caso el individuo se ha independizado de los mecanismos articulados del instinto y de la opresión de la circunstancia inmediata, si bien su conducta se gobierna según el provecho del individuo de su grupo.
En el segundo caso su emancipación es mucho mayor y llega al límite, pues se ha librado también de su propia realidad singular, del mandato de sus intereses concretos, de sus gustos y necesidades como individuo particular para conducirse, según normas y valores universales, como persona.
Stanovich cree que esto puede observarse en todos los estratos sociales. De todas maneras, afirma que en "la sociedad hay mucha gente que realiza cosas irracionales a pesar de poseer un alto nivel de inteligencia", concluye.
Entonces, si la inteligencia no garantiza tomar las mejores decisiones, "que es lo que lo logra".
El doctor Igor Grossman, de la Universidad de Waterloo en Canadá, afirma que tenemos que recuperar el viejo concepto de la sabiduría.
La sabiduría es el juicio sano basado en conocimiento y entendimiento; la aptitud de valerse con éxito del conocimiento y el entendimiento para resolver problemas, evitar o impedir peligros, alcanzar ciertas metas o aconsejar a otros a hacer lo mismo.
La sabiduría es considerada como una de las fortalezas humanas por la psicología positiva y hace referencia a la capacidad que tiene una persona para adquirir información a partir de su vida y experiencias y usarla para mejorar su bienestar y el de los demás.
Es decir, no es sabia la persona que tiene muchos conocimientos, sino aquella que los sabe utilizar de manera adecuada. A nivel social, la sabiduría permite a las personas escuchar a los demás, evaluar lo que dicen y ofrecer un buen consejo, aportando una forma de apoyo social.
Preguntar, el camino hacia el alto cociente intelectual.
Las grandes preguntas - las llaves de la consciencia.
Se ha determinado en los estudios, que el cociente intelectual es algo móvil, que puede ser incentivado y crecer o minimizado y reducirse a su mínima expresión. Que es lo que producen las drogas en el cerebro.
Entonces el camino al enriquecimiento de esa inteligencia, es el camino de hacer preguntas.
¿Nos atrevemos alguna vez a hacer preguntas?
Y sin embargo, la mayoría de los grandes des¬cubrimientos y revelaciones que valoramos en nuestra sociedad han surgido a partir de preguntas. Las cosas que estudiamos en el colegio, las respuestas, eran el resultado de las preguntas. Las preguntas son las precursoras, o la causa primera, en todas las ramas del saber humano. El sabio indio Ramana Maharshi explicó a sus alumnos que el camino hacia la Iluminación se resumía en "¿Quién soy yo?". El físico Niels Bohr preguntó: "¿Cómo puede un electrón moverse desde A hasta B, sin estar nunca en medio?".
Las preguntas nos abren la mente a lo que no sabíamos previamente. Y en realidad constituyen la única forma de llegar al otro lado de lo desconocido.
¿Por qué hacer una Gran Pregunta? Porque es una invitación a la aventura, un viaje hacia el descubrimiento. Es emocionante comenzar una aventura, tiene el encanto de la libertad; libertad para explorar un territorio nuevo.
Así que ¿por qué no hacerse grandes preguntas?
Porque abre la puerta al caos, a lo desconocido y a lo impredecible. En el momento en que te haces una pregunta de la que realmente no sabes la respuesta, te abres a un campo de infinitas posibilidades, ¿Estás dispuesto a recibir una respuesta que puede no gustarte o con la que puedes no estar de acuerdo? ¿Qué pasa si te hace sentir mal y te saca de la zona segura y confortable que le has construido? ¿Qué pasa si la respuesta no es la que quieres oír?
Hacerse una pregunta no es cuestión de fuerza, sino de valentía.
Veamos ahora qué hace que una pregunta sea Grande. Una Gran Pregunta no tiene que salir de un libro de filosofía, o tratar de los grandes asuntos de la vida. Una Gran Pregunta para ti podría ser: "¿Qué pasaría si decido volver a la universidad y conseguir un título en una nueva especialidad?" o "¿Debo escuchar esa voz que constantemente me dice que vaya a California o a China?" o "¿Es posible descubrir lo que hay en el interior de un neutrón?". Hacerte estas preguntas o muchas otras puede cambiar la dirección de tu vida. Eso es una gran pregunta: la que puede cambiar la dirección de tu vida.
Así que, una vez más, ¿por qué no nos las hacemos?
La mayoría de la gente prefiere permanecer en la seguridad de lo conocido y no ir en busca de problemas. Incluso sí se dan de narices con una pregunta, es más que probable que escapen corriendo o entierren la cabeza en la arena o se afanen en hacer cualquier otra cosa,
A la mayoría de nosotros nos hace falta una gran crisis para que nos planteemos Grandes Preguntas: una enfermedad que amenaza nuestra vida, la muerte de alguien cercano, el fracaso en el trabajo o en el matrimonio, una pauta de conducta repetida e incluso adictiva de la que parece que no te puedes librar, o una soledad que se te antoja insoportable un solo día más. En esos momentos, las Grandes Preguntas bullen como lava caliente en las profundidades de nuestro ser. Estas preguntas no son ejercicios del intelecto, sino gritos del alma. "¿Por qué yo? ¿Por qué él? ¿Qué he hecho mal? Tras esto, ¿vale la pena seguir viviendo? ¿Cómo puede Dios permitir que esto suceda?".
Si pudiésemos armarnos de la misma clase de pasión para hacernos una Gran Pregunta sobre nuestras vidas ahora cuando no existe una crisis inminente, ¿quién sabe lo que podría pasar?
Hacernos una gran pregunta puede crear nuevas formas de vivir en este mundo. Puede ser un catalizador para la transformación. Crecimiento. Más crecimiento. Avance.
La alegría de preguntar
Recuerda cuando tenías cinco años y preguntabas sin cesar "¿Por qué?". Tus padres pudieron llegar a pensar, al cabo de un rato que lo hacías simplemente para volverles locos, pero tú realmente querrás saber! ¿Qué pasó con aquel niño de cinco años?
¿Te acuerdas de ti a esa edad? ¿Puedes recordar qué sentías? Es importante, porque entonces te encantaba estar rodeado de misterio. Te encantaba querer entender las cosas. Te encantaba el viaje. Cada día estaba lleno de nuevos descubrimientos y nuevas preguntas.
¿Cuál es la diferencia entre entonces y ahora?
¡Buena pregunta!
Lo divertido y la alegría de la vida están en el viaje. En nuestra cultura, nos han programado para considerar que "no saber" es algo inaceptable o malo, una especie de fracaso. Para pasar la prueba, tenemos que saber las respuestas. No obstante, cuando se trata incluso del conocimiento objetivo sobre cosas en concreto, lo que la ciencia no sabe, supera con creces lo que sí sabe. La mayoría de los grandes científicos se han adentrado en el misterio del universo y de la vida en nuestro planeta y han dicho con franqueza que "sabemos muy poco" y "en realidad tenemos un montón de preguntas". De hecho, eso es lo que piensan los pensadores de prestigio que hemos entrevistado. En palabras del autor Terence McKenna, "cuanto más alumbran las hogueras de conocimiento» mayor se nos revela la oscuridad ante nuestra mirada perpleja". Es más difícil aún dar con una respuesta escueta a la pregunta “¿cuál es el significado y el objetivo de mi vida?". La respuesta a Grandes Preguntas como ésta sólo puede surgir del viaje de la vida. Y sólo podemos llegar a ella por el camino del no saber, o tal vez deberíamos decir del no-saber-todavía. Si siempre pensamos que sabemos la respuesta, ¿cómo podemos crecer?
Por otra parte, un aumento de la capacidad de razonamiento, se ha demostrado que nos permite vivir más.
De todas formas parece ser que la sabiduría no está tan determinada, por nuestro coeficiente intelectual.
"Soy un firme creyente en que la sabiduría puede entrenarse", dice Grossman.
Con un poco de suerte la inteligencia no se interpondrá en el camino.
Sentimos que estamos en control cuando nuestros cerebros averiguan rompecabezas o palabras leídas, dice Tom Stafford, pero un nuevo experimento demuestra cuánto trabajo está pasando por debajo de la superficie de nuestras mentes conscientes.
Dado que sólo somos conscientes de 2.000 bits de información de los 400.000 millones de bits de información que procesamos cada segundo...
Cuando alegamos razones en contra del conocimiento nuevo... ¡cuánta “conciencia” nuestra está esgrimiendo esas razones? ¿Cómo podemos saber todo acerca de todo lo que no sabemos?
El resultado sugiere que la mente inconsciente tiene capacidades más sofisticadas de lo que muchos han pensado. A diferencia de otras pruebas de procesamiento no consciente, no se trataba de una respuesta automática a un estímulo que requiere una respuesta precisa siguiendo las reglas de la aritmética, que es posible que haya asumido que sólo vienen con la deliberación. El informe llama a la técnica utilizada "un elemento de cambio en el estudio del inconsciente", argumentando que "los procesos inconscientes pueden realizar todas las funciones fundamentales, a nivel básico de que los procesos conscientes pueden realizar".
Estas son afirmaciones fuertes, y los autores reconocen que hay mucho trabajo por hacer a medida que comenzamos a explorar el poder y el alcance de nuestras mentes inconscientes. Al igual que los icebergs, la mayor parte de la operación de nuestra mente permanece fuera de la vista. Experimentos como éste dan una idea de lo que hay debajo de la superficie. Seguramente hay mucho más.

Inteligencia Emocional.pdf

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