Alan, un joven arquero de los bosques de Sherwood, fue tomado prisionero por el monarca del reino vecino mientras cazaba furtivamente en sus bosques. La ley dictada era fría y determinante, esta acción ameritaba la pena de muerte. Sin embargo el monarca se conmovió al ver la honestidad y la juventud de Alan, y le ofreció la libertad siempre y cuando contestara en el plazo de un año la difícil pregunta: ¿qué quiere realmente una mujer?
Esta pregunta, que dejaba turbado al hombre más sabio, al joven Alan simplemente le pareció imposible contestarla. De todas maneras, la tarea era mejor que morir ahorcado, y regresado a su reino comenzó a interrogar a todo mundo. Con paciencia y constancia, comenzó interrogando a la reina, a la princesa, a las prostitutas y monjas del reino, y al mismo sabio y bufón de la corte. No escaparon a esto, viajeros y visitantes, pero nadie logró dar una respuesta convincente.
Algo curioso ocurrió, porque todos le aconsejaron que consultara a la vieja bruja del reino, seguramente ella contestaría la pregunta. Existía un problema con el precio, pues la vieja bruja era famosa por los precios exorbitantes que cobraba por sus servicios.
Pero el tiempo se deslizaba inexorable, y en el penúltimo día del año, Alan no tuvo más remedio que realizar la consulta con la hechicera. Ella le dijo que si, que contestaría a la pregunta a condición de que aceptara el precio.
La bruja quería casarse con Eduardo, el más grande amigo de Alan y el más noble caballero de la Mesa Redonda. Cuando Alan conoció a la bruja quedó horrorizado. Jorobada, rostro horrible, tenía un solo diente y su olor espantaba al más pintado, además hacía ruidos obscenos. Ciertamente se había topado con un ser tan espantoso. No quería ni pensar, pedirle a su amigo de toda la vida que asumiera por él una carga semejante. Era una carga para toda la vida. Pero Eduardo, en un hombre de gran honor y lealtad, comprendió la situación de Alan y afirmó que no era un sacrificio demasiado grande a cambio de la vida de su compañero, además de preservar la dignidad de la Tabla Redonda.
Se anunció la boda, y la bruja con su endemoniada sabiduría contestó la pregunta: ¿Qué quiere realmente una mujer?,¡quiere ser la soberana de su propia vida!. Todos comprendieron al instante que la hechicera, había expresado una gran verdad, y así Alan estaba a salvo pues el monarca vecino al oír la respuesta lo dejó de inmediato en libertad.
La boda fue fastuosa, la corte en pleno asistió y nadie se sintió tan prisionero del alivio y la angustia como el propio Alan. Sin embargo Eduardo se mostró cortés, gentil y muy respetuoso. La vieja hechicera mostró sus peores modales, comió sin usar cubiertos, emitió ruidos y olores espantosos y mostró su horrible boca babosa. La corte de Alan jamás había sido sometida a tal tensión, pero la cordura prevaleció y se celebró el casamiento.
Dejemos por un momento el relato de la boda y avancemos sobre la noche de bodas en la cual cabe mencionar un hecho asombroso. Cuando Eduardo se preparaba para ir al lecho nupcial y aguardaba que su esposa se reuniera con él, ella apareció con el aspecto de la doncella más hermosa que nunca hubiera podido imaginar. Eduardo no comprendía y preguntó qué había pasado, la hermosa joven respondió que como había sido cortés con ella, la mitad del tiempo se presentaría con su aspecto horrible y la otra mitad con su aspecto hermoso. Luego le preguntó a su esposo: cual aspecto preferiría para el día y cual aspecto para la noche.
Qué pregunta tan dura para un hombre, Eduardo hizo sus cálculos rápidamente: ¿tendría durante el día una joven adorable para ir con sus amigos y la noche en su privacidad una bruja espantosa?, o preferiría una bruja de día y a una joven para los momentos de intimidad.
Pero Eduardo le respondió que su derecho era elegir por sí misma. Cuando escucho esto ella le anunció que sería una hermosa dama de día y de noche, porque él la había respetado y le había permitido ser dueña y soberana de su propia vida. El hechizo que la encadenaba ya no existiría.
Y esto querido lector/a es lo que realmente quiere una mujer, ejercer su libre albedrío y administrar su vida con libertad plena. Y es algo que por lo menos le debemos los hombres a la mujer que acompaña y sostiene nuestra vida.
                                                                                                                                               Nelson Astegher

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