Es tentadoramente fácil e insidiosamente satisfactorio “moldear a los niños”, “colocarlos en su sitio a la fuerza” por medio de la superioridad y de la autoridad de que dispone uno como adulto.
Con frecuencia resulta personalmente inconveniente el dar a los niños tiempo para discutir las alternativas, y puede resultar irritante si su selección contradice las pre¬ferencias de uno.
Si hay en juego un cierto grado de “orgullo”, sensitivo y egoísta, resulta muy difícil para la mayor parte de los adultos el abs¬tenerse de ejercer un control autocrático sobre los niños. Además, como todas las dictaduras, les parece “más eficiente” o al menos, eso parece al dictador.
Sin embargo, el efecto sobre el carácter es impedir el desa¬rrollo de la capacidad para juzgar racionalmente y crear resentimientos que impiden el que aparezcan impulsos genuinamente altruistas.
Durante miles de años, los efectos a largo plazo han sido pasados por alto y han sido sacrificados a las ventajas inmediatas de los adultos, en la mayor parte de los casos.
Probablemente no es una cosa accidental el que haya relativamente pocas personas a quienes se puede considerar en el presente, o que llegarán a serlo en el futuro, como personas maduras, en el sentido psicológico y ético.
Nelson Astegher
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